Juan José Hernández Arregui. Las armas del pensamiento. Por Dionela Guidi

Juan José Hernández Arregui. Las armas del pensamiento. Por Dionela Guidi*

Introducción

Esta clase tiene por objeto repasar  la vida y la obra de uno de los pensadores más notables que ha dado el pensamiento nacional en el Siglo XX.
El contenido analítico de su obra es por demás profundo y excede por mucho las páginas de este texto, que quedará como una invitación a sumergirse en la palabra viva de Juan José Hernández Arregui, o como una cabalgata  por  sus ideas.
Hace un tiempo atrás, nos desayunamos a través de un periódico, que las concepciones acuñadas por el ideario nacional, por nuestros militantes comprometidos con la liberación del pueblo, habían quedado obsoletas a fuerza de quedar sepultadas por el lodazal del tiempo, de las circunstancias, de las transformaciones sociales, del anacronismo de su aplicación en  la actualidad…
Parecían ser una fotografía vieja atesorada por nostálgicos patriotas...
Hasta se habló de  traiciones “buenas”, productivas, positivas, a sus configuraciones conceptuales en pos de una actualización crítica en clave del Siglo XXI.
Pues bien, para todos los que estaban tirando los libros de Jauretche, Scalabrini Ortiz, John William Cooke, Hernández Arregui, etc., por la ventana, la realidad nos vuelve a poner frente al espejo de la Argentina dependiente y periférica.
El ataque feroz especulativo del imperialismo sobre nuestras  cuentas nacionales, aliados a las fuerzas internas subordinadas a sus designios (corporaciones mediáticas , intelectuales cipayos, partidos políticos del statu quo, clases sociales ligadas a la renta de la tierra y otras yerbas) nos retrotrae una y otra vez a las nociones de nuestros pensadores, que herederos e intérpretes de las luchas populares, nos recuerdan permanentemente las tareas históricas a realizar por los movimientos nacionales, a fin de solucionar una cuestión nacional no resuelta.
La vigencia de estas ideas no ha perdido ni una milésima de actualidad. Quienes hablan de actualización a secas, discuten la realidad del país como si se tratara de una discusión literaria, dónde los problemas se encuentran en los libros. No se trata de discutir definiciones abstractas, estéticas o novedosas,  sino de resolver los problemas de la Patria con el compromiso de una historia a cuestas plagada de injusticias, mártires y verdugos del pueblo. Nuestros pensadores militantes así lo han expresado. Todo el arsenal de sus ideas se dirigió a desanudar las taras culturales, económicas, políticas, a las que nos sometió el poderío colonial y sus aliadas locales.
Esa debe ser nuestra tarea como generación, en la medida en que las cadenas no estén rotas y los aparatos ideológicos de la oligarquía no se encuentren desmontados.
Las páginas de la definitiva independencia todavía no han sido escritas.

Reseña Biográfica.

Juan José Hernández Arregui: El hombre y sus caminos.
Juan José Hernández Arregui nació el 29 de octubre de 1912, en Pergamino, Provincia de Buenos Aires. Al poco tiempo, su familia decidió mudarse a la ciudad de Buenos Aires, dónde se produjo la ruptura del matrimonio de los padres de Juan José.
Emilio Hernández, padre del escritor, abandona la familia luego de producida la separación, para nunca más volver. Su madre, Patricia Arregui adopta el apellido del primer esposo fallecido, Iraola, desplazando el apellido Hernández de su nombre y de la vida familiar.
La infancia  de Juan José transcurre en los años de postguerra, aprendiendo a través de los textos escolares todo el andamiaje ideológico impuesto por la oligarquía para legitimar y asegurar su dominación.[1]
En su primera juventud, nuestro autor se encuentra siendo formado por el aparato cultural “oficial”. Debe, a la vez,  trabajar como empleado público en la oficina de Rentas de Avellaneda dado que los ingresos de la madre no alcanzan para sostener el hogar.
En tanto, el radicalismo que ya se encuentra en el poder, mueve las estructuras sociales de la semicolonia , poniendo en jaque el modelo político del orden conservador. Los sectores medios y populares adquieren mayor presencia, se democratiza el acceso a la educación superior, con la Reforma Universitaria de 1918, y se produce el primer intento de nacionalizar los recursos naturales.
La experiencia popular queda trunca con el golpe de 1930 que derroca al presidente Hipólito Yrigoyen. Las inquietudes y simpatías de Juan José van orientándose hacia la comprensión y adhesión al yrigoyenismo como movimiento masas.
Al mismo tiempo, la vida del joven Hernández Arregui lo pone ante una nueva difícil prueba: su madre fallece al poco tiempo de comenzar la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Solo en la ciudad, acepta el pedido de sus tíos de radicarse en Villa María, provincia de Córdoba, a la que decide mudarse para 1933. Corrían los años grises de la década infame.

El comienzo de una larga militancia

Es en esta época cuando Hernández Arregui comienza a participar en política, de la mano de su tío radical sabattinista, afiliándose al partido. Amadeo Sabattini representaba en aquel momento a los sectores más progresistas dentro del movimiento radical, movimiento que ya se encontraba cooptado bajo la égida de Alvear. Esta situación sumada a la visceral oposición que practicaba Arregui al gobierno reaccionario, hicieron que participara activamente en las filas del sabattinismo.
Entre tanto, consigue un empleo en la biblioteca pública y centro cultural de Villa María “Bernardino Rivadavia”, lugar en dónde se brindan conferencias de referentes del radicalismo progresista y del reformismo universitario. En este marco, entabla relación con figuras como Saúl Taborda y Deodoro Roca. En simultáneo, da los primeros pasos en el oficio periodístico.
Con tan solo 23 años, Hernández Arregui ya se perfila como joven promesa de la literatura. Publica en 1935 Siete Notas Extrañas, su primer libro de cuentos, saludado por la crítica y por el mundo literario, incluso desde los órganos de la intelligentzia. Dirá Norberto Galasso al respecto: “Hernández Arregui optará por el camino áspero de la política jugándose por sus ideas, dejando como esperanza marchita su carrera literaria. Preferirá “suicidarse literariamente” como Scalabrini, dar “letras a los hombres en de ser hombres de letras”, como Manzi e integrar con Jauretche la lista de “malditos”. Siete notas extrañas queda, pues, como muestra del gran cuentista que pudo ser”.[2]
En 1935, Amadeo Sabattini gana los comicios provinciales, logrando convertir a Córdoba en un bastión opositor en plena década infame. Su gobierno será acusado de “comunista” por el régimen fraudulento. En tanto, Hernández Arregui pasará a desempeñar funciones en la Universidad “Víctor Mercante”.
Esta tarea la combina con las de la Dirección de la Biblioteca y con su formación intelectual autodidacta, ávida por esos tiempos de lecturas sobre filosofía griega. Cuestión que intercala, además, con su vocación política, que lo haya comprometido con la situación local, como así también con las noticias que llegan desde el plano internacional: la consolidación de los fascismos europeos, y la guerra civil española.
Para 1938, nuestro autor decide mudarse a la ciudad de Córdoba, dónde pretende retomar la universidad para sistematizar sus conocimientos en Filosofía. Conoce en aquella ciudad  a Odilia Giraudo, quién será su esposa y compañera de toda la vida.
El gobierno de Sabattini  se encuentra por estas horas acorralado por el régimen fraudulento. Hernández Arregui comienza a interiorizarse en el pensamiento de una agrupación radical, disidente del alvearismo, conocida como FORJA. Sus reflexiones, plasmadas en cuadernos y declaraciones, expresan profundas ideas antiimperialistas, enmarcadas dentro de un nacionalismo popular. Entre sus referentes, encontramos a Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Luis Dellepiane y Homero Manzi, entre otros. La denuncia hacia el radicalismo defeccioso no hace mella en el gobierno sabattinista, que no logra convertir su territorio en una fuerza antialvearista, ni  plantear una verdadera ruptura con el radicalismo cómplice del contubernio gobernante.
Juan José comprende las limitaciones que Sabattini encierra, a la vez que va consustanciándose con el pensamiento emancipador de FORJA. Los senderos de la política concertarán una amistad eterna con Jauretche, aunque eso no se refleje en una integración orgánica a la patriada forjista.
Comienza también su labor docente como Maestro Orientador en escuelas nocturnas vocacionales, y a interesarse por la “cuestión pedagógica”.
En esta etapa estrecha vínculos con uno de sus maestros, quizás el más decisivo en su pensamiento, Rodolfo Mondolfo, quién lo acerca a las interpretaciones marxistas de la realidad bajo el capitalismo. Se doctora en filosofía, tiempo después, en la Universidad de Córdoba.

Con las “patas en la fuente”

Llegamos a la década del ’40 y encontramos al mundo conmovido por la guerra. Nuestro autor entabla largas charlas con sus amigos activistas del trotskismo cordobés encuadrados en Frente Obrero, Esteban Rey y Alfredo Terzaga. Las discusiones con ellos lo involucran en las reflexiones acerca de la cuestión nacional. Por ese entonces, el trotskismo latinoamericano se inclina de manera más benévola hacia los líderes populares que superen sus contradicciones internas, dada la radicación de Trotski en México y su lectura del cardenismo. No obstante, Hernández Arregui no manifestó a lo largo de su fecunda carrera adhesión al trotskismo, ni un particular interés en el pensamiento de Trotski.
En este momento comienza a esbozar a través de distintas publicaciones periodísticas[3], sus análisis en torno a la dependencia que Argentina padece con respecto a Gran Bretaña, y el acercamiento que mantiene con la corriente revisionista en materia histórica.
Nuestro autor se encuentra en Córdoba cuando  se produce el 17 de octubre. La provincia también fue escenario de movilizaciones populares en apoyo a Perón. Dice Juan José: Aquellos desheredados de la tierra estaban allí llenando la historia de un día famoso (…) Por primera vez, ese pueblo inaudible amasijado en la tierra y el sufrimiento sin protestas, tomaba en sus manos encallecidas la historia y la convertía en la presencia cierta de una revolución que hacía temblar, a su paso, las avenidas apacibles de la ciudad y los corazones de aquellos que asistían, tras las celosías de los edificios cerrados, al crecimiento de la manifestación gigantesca y silenciosa como una gran amenaza. A caballos unos, en bicicleta o en camiones otros, a pie los más, aquella muchedumbre abigarrada, reconociéndose en la decisión multitudinaria, marchaba como un sonámbulo invulnerable y seguro en una sola dirección, fija la mirada colectiva como una gran pupila dilatada en la imagen del hombre que había hablado  el lenguaje del pueblo y a quién ese pueblo le devolvía la dignidad recuperada con la voluntad de morir por su rescate”.[4]
Hernández Arregui se suma al peronismo tempranamente.  En 1947 renuncia a su afiliación radical. Por ello debió abandonar  Córdoba, convocado por Jauretche para formar parte del gobierno de la provincia de Buenos Aires bajo la gestión de Mercante Es designado Director de Estadísticas y Censo. Tiempo después, ejercerá la docencia en la Universidad Nacional de La Plata, así como en el Colegio Nacional de la misma ciudad, además de la Universidad de Buenos Aires. Su compromiso con las ideas de liberación nacional, le hizo ganar la antipatía de los sectores reaccionarios dentro de las universidades, quienes le adjudicaron el mote de “infiltrado”, y de predicar “ideologías foráneas”.
A pesar de ello, el ánimo de Juan José se encuentra esperanzado por los días que atraviesa el país: “El pueblo vaciaba los almacenes, las carnicerías, las rotiserías. Ese pueblo no ahorraba. La razón era sencilla. Tenía hambre. Bien pronto comenzaría a comprar la casita, el aparato de la radio la heladera. Aquella ignominia de la Década Infame había quedado atrás. La vida de los argentinos se había transformado. Los cines, los estadios llenos, las confiterías llenas. Se desatendía al público y los empleados se mostraban insolentes. Pero el público podía comprar. Se viajaba con dificultades. Pero los lugares de veraneo estaban abarrotados. Las clases privilegiadas protestaban. Pero las capas bajas de la población conocieron derechos a la vida que les habían sido negados bajo el inexorable dominio material y político de la oligarquía”.[5]
Sin embargo, la incorporación de Arregui al peronismo no se dio de manera acrítica, y no fueron menores las posiciones encontradas que nuestro autor tuvo con los grupos burocratizados del movimiento. No obstante, las contradicciones dentro del campo nacional, no hicieron que cuadros intelectuales de la entereza de Hernández Arregui, Scalabrini Ortiz o John William Cooke perdieran la brújula de la liberación de la Patria. Dice Piñeiro Iñiguez al respecto: “Cuando a fines de 1954 el frente nacional constituido de hecho por el peronismo comienza a fracturarse; cuando la jerarquía eclesiástica y los nacionalistas católicos abandonan el barco; cuando sectores militares son tentados a aventuras golpistas y sobre todo, cuando la burguesía industrial nacional olvida que es producto del mismo peronismo y quiere avanzar sobre las posiciones e ingresos de los propios obreros, los intelectuales del peronismo de izquierda vuelven a las posiciones de combate”.[6]

La hora de la resistencia

Con el arribo de la fuerza brutal de la antipatria, tras el golpe de 1955, Hernández Arregui pierde sus cátedras, y es apresado en varias ocasiones por su filiación peronista.
 Existen dos experiencias muy relevantes que Hernández Arregui llevará a cabo en la década del ’60: el Grupo CÓNDOR y la formación ideológica de cuadros militares.
En esta época, el Frente Nacional se encuentra nuevamente proscripto para las elecciones de 1963; otra vez los comicios serán una farsa. El gobierno militar de facto bajo la gestión de Guido, endurece sus posiciones antipopulares.
Hernández Arregui,  se encuentra en estos momentos lanzando críticas a la dirigencia peronista que se naufraga entre el “votoblanquismo”  y la integración al régimen electoral para la obtención de bancas, al costo de abandonar la lucha. Contra ella no ahorra calificativos, y llama “traidores a la causa nacional” a sus dirigentes.
Arturo Humberto Illia es quien resulta ganador en una contienda ilegítima, con el pueblo sin genuina expresión en las urnas. Dice Hernández Arregui: “No creo que Illia resuelva nada. Contará de entrada con el apoyo británico, cuyos intereses, por esos azares del país colonial, es decir, de la Argentina agropecuaria, representa. Tendrá el nuevo gobierno dinero, renegociaciones de deuda, revisión de contratos petrolíferos – los que interesan al imperialismo angloyanqui- hasta que al final, tarde o temprano, habrá una salida nacional. Illia, a pesar de él, viene a representar lo que el Gral. Justo durante la Década Infame.[7]
El campo nacional no logra articular fuerzas para retornar al poder. Perón conduce al movimiento desde el exilio, planea retornar al país (regreso que obstruirá el propio Illia), no obstante en el sector trabajador crece la figura de Vandor, como la línea pactista y burocratizada  del movimiento obrero, independiente del liderazgo de Perón.
En este contexto de incertidumbre, Hernández Arregui promueve la organización de centros de Izquierda Nacional, como referencia ideológica para peronistas y militantes de izquierda urgidos de respuestas claras.
A este proyecto se lo denominó grupo CÓNDOR, y en él participaron intelectuales notables como Ricardo Carpani, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde.  Faltaba, sin embargo la presencia de otro gran militante: John William Cooke, quien se encontraba recién llegado de Cuba. Manifestó en las reuniones en las que participó junto a Juan José que entendía que la adhesión pública al marxismo era un error. No llegaron a un acuerdo, por lo que Cooke no se integró definitivamente al grupo.[8]
Finalmente, el grupo CÓNDOR aparece públicamente en 1964 resaltando que es el producto de
la acción concertada de hombres provenientes de peronismo y la izquierda nacional. Sus objetivos se orientan a la unión entre el pensamiento nacional revolucionario y la clase obrera peronista, única fuera capaz de oponerse al imperialismo y consumar una Revolución Nacional.
Entre las posiciones que defienden se encuentran la adopción del marxismo como metodología para la investigación socio-histórica, cultural y económica, así como guía para el accionar de masas. A la vez, la incorporación del revisionismo histórico como marco de interpretación opuesta a la historia oficial mitrista liberal, negadora de la presencia del pueblo en la historia. En el plano económico, exaltan la necesidad de la planificación estatal y la nacionalización  de todas las ramas de la economía, bajo la conducción de sectores trabajadores. Resaltan también la tarea de descolonización cultural, y como parte de esa tarea, trabajar ideológicamente sobre el ejército para lograr la unidad entre éste y el pueblo, creando un bloque nacional contra el águila imperial.
Otro factor fundamental en el pensamiento de CÓNDOR es la unidad de América Latina, entendiendo que la liberación solo es posible si se da conjuntamente entre sus pueblos.
A pesar de los esfuerzos, el CÓNDOR no logra  consolidarse. Las distintas tendencias que expresan sus miembros impide la cohesión para la acción. Los avatares de la situación política inestable y adversa obstaculizan aún más la reorganización del movimiento y el ansiado retorno de Perón, tras casi una década de derrotas populares.
Hernández Arregui continuará abriendo caminos, por adversos que soplen los vientos.  Para finales de los años sesenta ya ha estrechado vínculos con el sector combativo del movimiento obrero, entre ellos con Raymundo Ongaro. Crean, junto a la CGT de los argentinos, la Comisión de Afirmación Nacional, de la que Arregui forma parte de la mesa directiva con Jauretche y José María Rosa, y de la que Perón es nombrado como como presidente honorario. A través de ella, se denuncia la venta de la Patria, y la extranjerización no sólo de nuestros recursos económicos, sino también de nuestra educación como forma de coloniaje cultural.
Otra de las experiencias  notables que promovió Hernández Arregui, es la que surgió luego del encuentro con militares jóvenes interesados por la formación ideológica de cuadros militares dentro del ejército. Ellos son Julián Licastro y José Luis Fernández Valoni.
A partir de allí, Juan José inculcará en la clandestinidad  una visión nacional y marxista a jóvenes oficiales. Llegó formar cerca de 40 militares de alta graduación, a quiénes orientaba ideológicamente. Los discípulos, así como aprendían las enseñanzas del maestro, la difundían entre sus compañeros.
A raíz de esta experiencia,  los oficiales del ejército formados por Hernández Arregui serán acusados de “infiltrados” y “comunistas”, por lo que serán detenidos e incomunicados. Hernández Arregui no correrá mejor suerte que la de sus discípulos.
En la purga antinacional, quiebra la labor de Juan José y los militares del pueblo. ¿Qué dice Hernández Arregui al respecto?: “No importa, hay que seguir batallando, continuar elaborando posiciones, demoliendo mitos, explicando, adoctrinando”[9].


El retorno y la partida.
                                                                                             “… Porque hay otra partida,
Otra cosa,
Digamos,
Donde nada,
Nada,
Está resuelto.”
Paco Urondo
                                                                                                      
                                                                                            
La Argentina de los años ’70  se encuentra atravesada por una profunda efervescencia social, producto de tantos años de opresión contra el pueblo.  Perón se encuentra negociando con el gobierno de facto de Lanusse su retorno a la Patria.
Dice Juan José por estas horas: “la violencia es la respuesta patriótica de la conciencia nacional agredida por el colonialismo. Y esta es una definición estricta de la violencia, no su apología. Son los agresores internos y externos quienes imponen la violencia económica y cultura no deseada por los pueblos. Por eso la Argentina actual se encuentra, si el actual gobierno no acepta el retorno de Perón y al mismo tiempo, si el ejército no apoya una política de recuperación del patrimonio nacional, al borde de la guerra revolucionaria integral como el propio general Perón la ha llamado”. [10]
Ese mismo año, cuando se encontraba en su hogar junto a su esposa e hijo, y a poco de finalizar la impresión de Peronismo y Socialismo, una bomba explota dentro de su morada, provocando heridas de profunda gravedad a su compañera de toda la vida.
Frente al feroz ataque, Hernández Arregui redobla la apuesta: “En tiempos como este, la neutralidad es cobardía”. Peronismo y Socialismo se encuentra circulando en los últimos meses del fatídico 1972.  Se anuncia, en tanto, el regreso del General Perón y la fijación de las elecciones para el 11 de marzo de 1973.
Con Odilia en franca mejoría, Hernández Arregui es convocado a participar de la comitiva que acompañará a Juan Perón en la vuelta. Con orgullo emprende el viaje, con Fermín Chávez como compañero de asiento.
Del júbilo de la primavera camporista al trágico 20 de junio en Ezeiza, Hernández Arregui se encuentra en la disyuntiva de encuadrarse dentro del movimiento peronista.
La tercera presidencia de Perón se sumerge en las contradicciones del movimiento.  Con una economía deteriorada, y fuerzas políticas, principalmente juveniles, críticas a su conducción, los desencuentros se suscitan entre las facciones dentro del peronismo. Hernández Arregui se encuentra atravesando días amargos, con los acontecimientos que le toca ver. Desde la publicación Peronismo y Socialismo llama a sujetarse a la conducción del General.
Sin embargo, las contramarchas continúan. Son desplazados en Córdoba Atilio López y Obregón Cano, tras el “Navarrazo”, muere el querido Arturo Jauretche y es asesinado por las fuerzas desatadas de la Triple A, el padre Carlos Mugica.
El 1 de junio de 1974 muere el presidente Perón, durísimo golpe al movimiento nacional y a la Patria toda.
La furia del loperreguismo expresada en la triple A en acción se recrudece. Dice Piñeiro Iñiguez sobre esta etapa : “Los espacios para seguir desarrollando una concepción peronista revolucionaria se van achicando; el desconcierto se mezcla con una sensación que no es de culpa, sino más bien de responsabilidad por los jóvenes que están cayendo a cientos ante las celadas de la Alianza Anticomunista Argentina, una organización de terror blanco que dirige el ex secretario privado de Perón y entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega, y de la que participan algunos militares y policías mezclados con matones sindicales. Y la forma de responder a esa violencia es con otra violencia que se equivoca de objetivos- se ejecuta al dirigente gremial José Rucci por ejemplo, sin la menor posibilidad de enfrentar a largo plazo a lo que comienza a evidenciarse como un llano terrorismo de estado.[11]
El último accionar político de Hernández Arregui se orienta a la publicación Peronismo y Liberación. Tiene como redacción la casa anteriormente bombardeada del escritor.
Entre sus páginas cuenta con los aportes de César Marcos, Leónidas Lamborghini, Sebastián Borro, entre otros, en dónde se justifica el cambio de nombre de Peronismo y Socialismo por el de Peronismo y Liberación, dado que desde la perspectiva de Juan José y de quienes apoyaron la publicación, se venía dando en el movimiento nacional una posición que conducía a profundizar la lucha al interior del peronismo en nombre del socialismo. Para nuestro autor, con absoluta claridad política, decir peronismo es decir liberación nacional.
Establece en sus páginas: “todas las energías populares deben centrarse hoy en la divisa única de la emancipación, es decir, en la grandiosa lucha de liberación nacional que engloba a todas las otras luchas y clases sociales no ligadas al Imperialismo, en un solo frente unificado. Desde hoy, por estas razones políticas y exigencias patrióticas, convencidos de que cambiar el nombre no es cambiar la cosa, esta revista pasa a llamarse PERONISMO Y LIBERACIÓN”[12].
Hernández Arregui ya tiene condena de muerte decretada por las AAA. Urge emprender  el camino hacia el exilio, sin embargo decide  quedarse en Buenos Aires. Luego de la insistencia de familiares y amigos, se traslada a Mar del Plata dónde un infarto masivo le quita la vida. Muere el intelectual pero su obra está sembrada. Corría el mes de septiembre de 1974.
De esta forma lo caracteriza Norberto Galasso: “A esa entrega de sus días y sus  noches, unió permanentemente un rígido código ético, expresado en abnegación, desinterés por los cargos y austeridad cotidiana, anticipando con su propia conducta los tiempos por venir. Así, sus ideas y su ejemplo, marcan un camino en esta lucha por la liberación nacional y social del pueblo latinoamericano, concurrente al progreso histórico de la humanidad, en fin, a la auténtica liberación del hombre”[13].

Juan José Hernández Arregui: Su obra, la herencia, el legado.

Por la descolonización cultural. Imperialismo y Cultura (1957)

Liberalismo y nacionalismo oligárquico

En este primer libro político, que sale al público en plena embestida oligárquica, Arregui plantea desde un enfoque marxista nacional en lo metodológico y revisionista en lo histórico la crítica a la  espiritualidad de nuestro tiempo entendiendo a la actividad cultural como ideología ligada al resto de los procesos y manifestaciones económico-sociales.
El imperialismo practicado por las potencias desarrolladas desde finales del siglo XIX incorporó bajo su égida a vastas porciones territoriales, que pasaron a depender de estos centros industriales, proveyéndolos de materias primas.
La construcción de los estados nacionales en América Latina no se encontró al margen de la expansión del capitalismo en su fase imperial. Los intelectuales, escritores, periodistas, profesores y demás agentes de la cultura han reproducido los esquemas ideológicos difundidos por las naciones dominantes, como el librecambismo en lo económico, a pesar de  no regir  como línea directriz para las economías desarrollas, en las que se profesó una rígida planificación económica y aduanera: “Se nos enseñó que éramos un país joven cuando en realidad éramos una comarca conquistada. De esa  realidad devino una mentalidad vacilante entre su fe liberal y su tristeza de factoría”[14]
Bajo este marco, con el surgimiento del nacionalismo oligárquico ya entrado el siglo XX,  estableció que la generación nacionalista de la década del ’30 nace respondiendo a un proceso histórico particular vinculado a la conservación de una sociedad tradicional en oposición a los movimientos liberales. En sus orígenes, es antibritánico por rescatar la raíz hispánica y practica un visceral anti marxismo.
El odio clasista visceral hacia Yrigoyen refuerza su conservadurismo político: “Este conservatismo frente a la cuestión social es la contradicción irresoluble en que se debate el nacionalismo argentino y determina su fracaso político”[15].
Por tratarse de un desplazamiento de la oligarquía liberal dirigente, este nacionalismo no ha sido otra cosa, como detalla Hernández Arregui, más que instrumento del imperialismo que reforzó una conciencia falsa de lo propio, y debilitó las fuerzas nacionales defensivas que pujaban por la liberación nacional.
Se desarrolló como una escisión de la clase dominante ligada a la tierra, pero no rompió con su extracción de clase. Dice Hernández Arregui: “es la propiedad de la tierra la fuerza modeladora de esa cultura de clase. Su mentalidad está limitada por la uniformidad de una economía sin variantes, hostil al cambio y la movilidad de las formas sociales (…) Cada vez más aislada del cuerpo que crece – inmigración, industria, proletariado- sin conexiones vitales con el proceso múltiple del país, adopta una actitud distante fundada en el desprecio de las minorías selectas (…) Es por eso que de su propio seno surgen movimientos antiliberales, hispanistas, rosistas. El liberalismo abstracto dio nacionalismos abstractos”[16].

Literatura y Conciencia Nacional

Hernández Arregui manifiesta que la hegemonía de Buenos Aires como centro de irradiación de las tendencias culturales europeas debe entenderse como un fenómeno comercial más que como consumo “refinado”, de “distinción” de la burguesía porteña. Las modas intelectuales extranjerizantes van ligadas a la inserción periférica de la economía del país: “La irrupción invasora del imperialismo con sus formas disolventes de las culturas autóctonas, trae enancado el movimiento modernista que en este orden, es manifestación de la colonización espiritual que avanza. El modernismo literario es un lujo que la oligarquía agrega a su curiosidad de arribista de la cultura.” [17].
Para Hernández Arregui, cuando un pueblo se plantea el problema de la literatura nacional toma conciencia de su destino histórico.
Arregui retoma a la generación del 900 como la generación que fue capaz de percibir el extranjerismo cultural, fragmentado en su geografía entre las luces de Buenos Aires y el interior profundo. El predominio porteño impide la visión de una Nación integral, unificada económica y culturalmente.
Destino errante el de estos intelectuales que querían pensar lo propio, vegetaron en un medio que les dio la espalda. Manuel Ugarte es la expresión más cabal de ello, aunque le siguieron figuras como la de Manuel Gálvez y el poeta Almafuerte, expresiones del movimiento literario que emergió luego de la victoria de Yrigoyen y el ascenso de sectores medios en la estructura social, en tanto búsqueda de una consolidación cultural con raíz nacional y también como oposición al régimen conservador oligárquico.
También resalta la presencia de los grupos de Boedo y Florida en la década del ‘20. El grupo Florida definido como el aristocratismo poético, en el que participaban exponentes como Rodríguez Larreta y Güiraldes, la usina de una literatura de elite, mientras que el grupo Boedo, en el que participaban Almafuerte y Carriego, era el grupo en el que se manifestaba una conciencia social de los problemas. El grupo Boedo, no deja de ser extranjerizante en lo ideológico, pero es la antesala, como señala Arregui, de posiciones literarias populares y revolucionarias.
En cambio el grupo Florida devino en cultura “oficial”. No obstante, el grupo Boedo, producido el golpe del ’30, se acomoda el régimen, salvo contadas excepciones.

La servidumbre intelectual

Entrando en la década infame, Arregui analiza el papel de los intelectuales quienes solidifican en una literatura de elite a la orden de la oligarquía entreguista. Escritores y “pensadores” de toda la laya se acomodan al “paladar” dominante.
Se convierten en imitadores a sueldo del extranjerismo mental en el ámbito de las letras y del arte, que no es más que el reflejo del extranjerismo económico ejercido por los sectores dominantes en el poder: “en esa atmósfera creció nuestro sentimiento de inferioridad y la fama de nuestra tristeza. Lo extranjero envolvía a lo argentino, por todas partes, como una película aisladora, en los cines, en los avisos comerciales, en los escaparates, iluminados de los negocios. El más ínfimo artículo llevaba el sello misterioso de su origen ultramarino. Todo ese mundo artificial de objetos importados recordaba a los argentinos una incapacidad y era el producto de una ciencia imposible para el país agropecuario[18].
Hernández Arregui utiliza el término alienación para las mentalidades de los intelectuales d este tiempo, por el aislamiento que profesan del mundo social en el que escriben. Naufragan entre el individualismo y la indiferencia, triturados por la superestructura cultural oligárquica: “El creciente endeudamiento nacional a través de empréstitos y de la remisión al extranjero del producto de trabajo argentino, enfeudó también a la inteligencia que dependía de la clase superior. Así resultó una literatura estática y sin luz propia. El latifundio estrecha y comprime a los intelectuales adscriptos su poder a través de los diarios y órganos de la cultura oficial. Esa inteligencia fue, en el orden de la cultura, la sucursal poética de la renta territorial. Y así se puso también ella de espaldas al país. Con lenguaje ultraísta o surrealista, esta generación vanguardista en literatura, es la sierva de la Argentina feudal[19].
Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges son los escritores tipo, encolumnados detrás de la producción literaria de la revista SUR, de esta intelectualidad domesticada, comprometida con el orden oligárquico. Acariciados por la “gracia” de las clases altas, el modelo que imponen a través de sus escritos es el de la ficción de un arte “independiente” y “autónomo” de quién lo realiza, como una creación pura y como un fin en sí mismo.
Embriagados por los movimientos estéticos europeos, vieron en la cultura nativa “atraso” con respecto a aquellos. La cultura es para ellos, patrimonio de un sector diferente del pueblo. Conforman un “círculo” con el poder de legitimar qué es cultura y qué no lo es, marcando el paso de los “pichones” aspirantes a la consagración dentro del esquema dominante.

Porque América Latina es un solo poncho[20]

Arregui entiende a la cultura a través de los siguientes rasgos: a) como una comunidad económica asentada en un área geográfica b) Como valores y símbolos vivificados por la lengua C) como conciencia atemporal de la propia personalidad colectiva histórica, distinta de otras. [21]
Por tanto, se realiza la pregunta ¿es América Latina una cultura?  Cuenta con un espacio geográfico propio y real, como criterio básico de asentamiento de una cultura, pero no suficiente, Latinoamérica no es solo un lugar en el mapa. Sus fronteras, parceladas y fragmentadas, han sido un obstáculo para la consolidación una gran Nación.
Como un fruto de la tierra y la geografía mas, posee además folklore, “humus ancestral de toda cultura independiente. La autoconciencia cultural de una comunidad se reconoce a sí misma en lo autóctono. Lo autóctono es la percepción de una imagen colectiva primordial[22].
Estas creaciones folklóricas amerindias viven en las capas profundas de la conciencia colectiva, germinado a través de los distintos grupos étnicos y lingüísticos. Tal es así, que los grupos dominantes no han podido borrar su presencia como arquetipo de lo nacional.
Otro factor común del continente es la lucha común contra el poder disgregador que los pueblos latinoamericanos han experimentado en la etapa imperialista del capitalismo en el siglo XIX y XX: “Esta cohesión refractaria de las naciones de hispanoamericanas, ha sido posible por el carácter homogéneo de una Cultura vigorosamente consolidada en los países integrantes de la gran comunidad y fundada en una religión, creencia, instituciones, costumbres, y lenguas comunes, traídas y arraigadas en estas tierras por España”.[23]
El rasgo fundamental que destaca Arregui, es que tanto las tradiciones nativas como el sentimiento nacional, nutren el accionar político de los pueblos oprimidos de América Latina. Es el ideal de la unión la divisa antiimperialista.
En síntesis, la cultura nuestroamericana tiene como condición de subsistencia la realización continental: “La fuerza del continente ha sido su unidad espiritual común en medio del formidable desplazamiento del equilibrio mundial de la era imperialista. Pero esa defensa no ha sido suficiente. Hoy, en otra etapa histórica, debemos concebir nuestro destino en términos de política intercontinental. El imperialismo no ha logrado romper nuestra unidad cultural. Semejante hecho, convertido en conciencia política de  nuestro destino común, terminará por reintegrar las economías nacionales al centro organizador de la Confederación Iberoamericana”.[24]

Nación o Factoría. La formación de la conciencia nacional.  (1960)

Sigue la resistencia del campo popular en la Argentina y Arregui publica este libro como búsqueda de la consolidación de una conciencia nacional de un pueblo en lucha por su liberación.
La cultura nacional, que para Arregui es la base espiritual de la unificación del país, se deriva de un conjunto de factores materiales y simbólicos (lengua, tradiciones, creencias, folklore, etc.) y también es aceptación e identificación común con esas creaciones populares y valores colectivos. La cultura tiene un aspecto fijo, no obstante “junto a su lado estático, es creación, resistencia y asimilación. Sólo hay verdadera nación cuando se sienten y se piensan en comunión determinadas valoraciones que no eliminan – ya se ha dicho- las oposiciones de clase. La ligazón cultural es por un lado sentimental, pero sus categorías colectivas están estereotipadas y al mismo tiempo vivas en la memoria de las masas” [25]

La dominación oligárquica

Arregui afirma que el poder de la clase terrateniente argentina no proviene solamente de su poder económico. La dominación que ejerce se invisibiliza tras las instituciones, las educativas, jurídicas, económicas, políticas, de modo tal que logra que sus intereses de clase se presenten  como el centro unificador de toda la Nación.
Inyecta su “espíritu de clase” a través de todo un sistema ideológico, basado en el culto  a la historia que ella misma escribió, a los héroes que inventó e inmortalizó en bronce y mármol, en la eficacia de sus instituciones liberales, en la convicción de un pasado dorado amenazado por el “fantasma” de las luchas populares representadas en la montoneras federales, trasmutado luego en la clase obrera peronista.
Hernández Arregui resalta que la oligarquía local carece de un estilo propio, ya que imitó modelos y prácticas anglosajonas y francesas producto de su dependencia económica, que la ligó espiritualmente a las metrópolis en su condición periférica.
La difusión de su pensamiento circula por amplios sectores de la sociedad que se reconocen en el inmigrante, negando o suprimiendo la presencia de la raíz cultural hispano-indígena.
Las clases medias absorben la ideología oligárquica (dado su origen inmigrante), cuestión que las liga a las elites de manera tal que las conduce a cumplir el rol de administradoras de la cultura dominante: “entre las clases altas que educan y las clases inferiores educadas, hay clases intermedias que sirven a esa clase. Maestros, periodistas, profesores. Por eso, el sistema educativo de la oligarquía, junto con el desentendimiento de la ciencia, ha dirigido férreamente la enseñanza de la historia, del derecho, de la literatura, materias formativas por excelencia, a los fines de afirmar y justificar ante las demás clases su dominio político y petrificar culturalmente su prestigio.”[26] Y más adelante concluye: “La Argentina bajo la oligarquía, fue un país de maestras normales educadas en la leyenda de la civilización sin máquinas y en la menorvalía de nuestra incompetencia industrial. Mientras la oligarquía detentó el poder, le bastaron abogados de empresas extranjeras, filósofos anodinos, historiadores comprados por la cátedra para la idealización de esa oligarquía prosternada ante Europa. Una inteligencia enajenada, pues la clase educadora era antinacional. La filosofía del liberalismo sirvió en la Universidad al tradicionalismo conservador”.[27]

La izquierda abstracta

Hernández Arregui argumenta que la base social de los partidos de izquierda en la Argentina, proveniente de los sectores medios de origen inmigrante, explica la subordinación a la ideología dominante y su permanente desconexión de las masas populares. Desde su formación, los partidos de izquierda como el socialista y el comunista, estuvieron dirigidos por intelectuales de las clases medias, extranjerizantes en sus ideas, definiendo el carácter antinacional de su práctica política. En sus programas no figuran las clases trabajadoras nativas, sino que se orientaron a la capa obrera media urbana e inmigrante, que poco arraigo e interés tenía en los problemas de locales.
Liberales y europeístas en las ideas,  repelieron la intervención estatal tal como lo aprendieron de la oligarquía.
Del partido socialista, conducido por Juan B. Justo, Arregui señala: “Es un progresismo socialista que mira el porvenir y sirve al pasado, como el hombre del cuento que tenía colocados los pies al revés y por tanto aunque miraba adelante, caminaba para atrás. Han sido internacionalistas en la medida que olvidaban al proletariado nacional, pacifistas en el orden mundial y belicistas contra su propio pueblo. Y así han servido de alfombra persa a la oligarquía, coronado todo por la inteligencia pura y la pura sumisión”.[28]
Acerca del partido comunista,  Hernández Arregui señala su absoluta desvinculación de la cuestión nacional, y el profundo desinterés que manifiesta por la injerencia del imperialismo en el destino de la Nación, respondiendo como una organización burocrática a los lineamientos marcados por  Rusia. Así, mientras las clases trabajadoras se levantaron contras las elites dirigentes,  el partido comunista ha estado del lado bando del orden, viendo desde la vereda de enfrente la lucha popular. Dice Arregui: “el partido comunista, a más de apéndice ideológico de la oligarquía terrateniente en materia histórica, ha sido el espejo vigorizante, en el orden internacional, del imperialismo británico”[29].
De los intelectuales liberales esculpidos por esta izquierda abstracta, Arregui manifiesta que son las “criaturas predilectas engendradas por la colonización pedagógica”. Muchos de ellos se declaran marxistas o simpatizantes de la izquierda socialista o comunista, sin embargo su dependencia al orden económico impuesto, ya sea como profesionales o técnicos, hacen esa “simpatía” sea sólo una prédica estéril, un ideario abstracto que enaltece a la “humanidad” en los libros, pero que rechaza a los sujetos concretos de carne y hueso, hijos de la Patria.
Dice Hernández Arregui sobre este tipo de intelectual: “la falsa conciencia que tiene de sí mismo es parte del rebajamiento social a que la clase superior lo somete al ponerlo a su disposición. Como cree ocupar en la sociedad un orden jerárquico, se consuela de su dependencia material convirtiendo al orden económico en un ideal ético y aspira a petrificar su servidumbre real en los honores, premios, condecoraciones y pequeñas distinciones que le discierne la sociedad, o sencillamente, goza de la indefinida estimación social derivada de sus funciones profesionales.” [30]

Peronismo y Liberación Nacional

Hernández Arregui enarbola las realizaciones de la década peronista como una política integral de Liberación Nacional que quiebra la dominación del orden semicolonial.  La planificación de la economía desde el Estado orientada a la nacionalización de servicios, de la banca, de los recursos naturales, la promoción industrial, el control del comercio de granos, la política social y cultural, la participación de los trabajadores, la integración latinoamericana, todo aquello rompía el aparato de dominación de las clases altas basadas en la explotación de la tierra, y que nos  sumía en la Argentina pastoril. Estas características le dan una alta progresividad histórica en la lucha de un pueblo por alcanzar una verdadera y definitiva independencia.
Hernández Arregui también analiza los factores que debilitaron al peronismo, como movimiento de liberación nacional: “Estos gobiernos democráticos con base de masas han sido sistemáticamente atacados de antidemocráticos en nombre de esas “libertades” al servicio  de los privilegios económicos. Tales gobiernos, por su composición policlasista, que es la causa de su debilidad, vacilan, incapaces de imponer una política enérgica a los enemigos internos unidos, por su parte, a través de intereses homogéneos de clase al imperialismo[31]
En cuanto a los objetivos que  tuvo el golpe de 1955 que terminó con el gobierno popular, Arregui señala: “la revolución que  derrocó a Perón tuvo por objeto retrotraer el país a su antigua situación agropecuaria, transferir la riqueza nacional al sector ganadero y agrario y detener la industrialización por imposición de las grandes potencias exportadoras, disminuir el consumo interno, bajar el precio de la mano de obra al servicio del capital colonizador, aplastar al movimiento sindical organizado, entregar a los monopolios extranjeros el control de la economía que se había liberado de tutelas y fiscalizar por medios directos e indirectos la producción industrial de acuerdo con esos intereses extranjeros.[32]. Con absoluta claridad, el maestro enfatiza lapidariamente en las metas que tiene toda contrarrevolución cuando es un movimiento nacional el que lleva las riendas del destino de la Nación.
Arregui reniega del anticlericalismo y el antimilitarismo a secas, sin contenido analítico de la función histórica de los diferentes sectores. Entiende que es necesario establecer una política estratégica que incluya estos grupos dentro del Frente Nacional.
Argumenta que cuando los procesos de transformación  son todavía incipientes, siguiendo la idea de Lenin, lo viejos sectores conservan aún sus posiciones de privilegio y por tanto una ventaja estratégica con respecto a lo nuevo. Es por ello que, grupos del antiguo régimen  pueden servir de manera positiva o negativa en la nueva etapa.
Tanto la Iglesia como el Ejército están atravesados por corrientes y tendencias ideológicas sobre las que actúa el imperialismo y la oligarquía. Pero también en ambas, se encuentra la “conciencia histórica de la nacionalidad”.  Para Arregui, sólo la izquierda antinacional puede dudar de la función anticolonialista del Ejército en un país dependiente. Dice sobre el Ejército: “el nacionalismo del Ejército viene de su función geopolítica e histórica centralizadora. Es el brazo armado de la voluntad nacional, y esto explica que los planes siderúrgicos hayan surgido de militares como Savio, Mosconi y Baldrich (…) Industria Nacional que se ubica tanto en la ubicación estratégica de la Argentina en el mapa como a la grandeza de la Nación” (HA,379). Y concluye luego “Ese encuentro del pueblo con el Ejército advendrá (…) y es la conciencia nacional de los argentinos, fruto de un acaecer histórico, doloroso pero no gratuito, lo que les anuncia a las naciones opresoras de la tierra invirtiendo el temor de Darío- poeta inmortal de nuestra América- que los hispanoamericanos no hablaremos inglés”.[33]

¿Qué es el ser nacional? (1963)

Con este título, Arregui publicó su tercer libro, basado en una conferencia escrita para los estudiantes del movimiento reformista de la Universidad Nacional del Nordeste, en Resistencia, Chaco.
Esta conferencia se fue replicando en distintas universidades de las provincias, reuniendo público de diversas tendencias, lo que motivó a Hernández Arregui a publicar el texto, por el interés que había despertado, pero fundamentalmente para lograr para disputar el concepto de ser nacional, expropiado por los profetas del odio, en dónde las masas populares se encuentran al servicio de la oligarquía, cómo única razón de ser de nuestra nacionalidad: “Es obvio que un término usado así, genéricamente, es una metáfora muerta. O peor aún, un gato encerrado. De eso se trata. De una deliberada confusión. A romper la cáscara hipócrita del concepto va dirigido mi libro…Porque en suma, el ser nacional no es un ente metafísico sino la lucha anticolonialista de las masas”.[34]
Define entonces ser nacional como una comunidad establecida geográfica y económicamente, con un pasado común, con creencias e instituciones, con representaciones colectivas, en fin, “ser nacional viene a decir cultura nacional.” [35]
Para Arregui, estas representaciones colectivas, en las clases sociales que no se hayan vinculadas al imperialismo, equivale a una posición de defensa frente a las fuerzas internas y externas “que en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas se manifiesta como conciencia antimperialista, como voluntad nacional de destino[36].
Para comprender los orígenes del ser nacional, es necesario emprender la tarea del análisis histórico.
Arregui no avala la “leyenda negra” de  la colonización española en América, dado que ésta es producto del vínculo de la oligarquía argentina con el Imperio Británico, que conlleva paralelamente la negación del indígena. Hernández Arregui evita caer en nacionalismos reaccionarios, y entiende a lo hispánico como simbiosis de lo español y lo indígena: “la exigencia de ahondar en la realidad de la América Hispánica, responde al imperativo de contemplarnos como partes de una comunidad mayor de cultura. Y en tal orden, el estudio de la historia Iberoamericana, es la substancia de nuestra formación como argentinos[37]
De aquí que el nacionalismo que promueve Arregui, es un nacionalismo latinoamericano. La fragmentación de nuestro territorio significó el nacimiento de veinte países encadenados a la voluntad imperial, allí en dónde tendría que haber nacido la Patria Grande.
La labor balcanizadora de los imperios inglés y norteamericano, contó con la alianza servil de nuestras clases dominantes, que se arrodillaron ante ellos, enajenándonos económica y mentalmente a sus designios: “Una especie de turbación ante la tierra prohíbe toda expresión vernácula que recuerde al país cercano. Las clases agrarias se incrustan como una anomalía en la cultura europea[38]
Con las naciones que ya había adelantado en sus libros anteriores, Arregui arremete contra las elites del pensamiento: “La oligarquía portuaria, tras la máscara helada de su conciencia histórica, verá en las provincias interiores, en las que se mantiene empedernido el sentimiento nacional, no sólo el tropel rojo de las montoneras con relación al pasado, sino el peligro de una arremetida histórica del país argentino en el presente. La intelligentzia, por su subordinación económica a la clase terrateniente., es regida, ella también por el complejo cultural agropecuario.” [39]

El arte americano

Arregui observó en el arte la expresión del ser nacional latinoamericano en gestación. El arte representa la manifestación cultural de una época y de una sociedad en un momento histórico.
Con respecto a la misión social del artista en los pases periféricos, Arregui sostiene: “el artista revolucionario existe porque las masas están revolucionadas. No es el arte el que educa, en la primera etapa de la liberación social, a las masas, sino la crisis de la sociedad burguesa la que crea al artista revolucionario, que por su parte no hace más que anticiparse individualmente a la revolución[40]

Por una Filosofía Nacional

Hernández Arregui, como viene desarrollando en toda su obra, sostiene que si no ha habido pensadores nacionales, fue porque se ha mantenido a los pueblos en categorías históricas abstractas, sometidas al imperialismo y a la oligarquía, razón por la cual no podría haber parido otra cosa que una filosofía bastarda y dependiente.
Una filosofía autónoma, no es antieuropea sino pro americana. Las huellas del pensamiento nacional latinoamericano ha empezado por la literatura, continuado por el revisionismo histórico y ciertos aspectos de una sociología preocupada por el análisis histórico de la una realidad social “en fermentación” dentro del continente.
Desde Imperialismo y Cultura, Hernández Arregui define a la cultura Iberoamericana como una unidad compacta geopolítica, cultural y lingüísticamente. Y de la comprensión de ese pasado que aúna emerge la posibilidad de destino común: “En los pueblos anida el porvenir de la América Nuestra. Destino que se urde todos los días, en los campos de trigo, en las minas, los cañaverales y gomerales del trópico, acunado por los sones nocturnos de las guitarras y las melodías fraternales de los pueblos, cuya persistencia anónima a través de los siglos revela la presencia de una gran nación bajo la constelación cultural de la América Hispánica. Estos pueblos, inseridos en la “patria grande”, descuartizada pero no disuelta, han tomado la ruta de la emancipación. Y así se cumplirá, en toda su dimensión abarcadora la sentencia de Bolívar: “Nuestra América es la patria de todos[41]

Nacionalismo y Liberación (1969)

Hernández Arregui continúa trabajando en este cuarto libro sobre el esquema teórico que viene elaborando desde hace más de una década. Profundiza el ensamble entre nacionalismo y marxismo para la liberación nacional, entendiendo que la actividad revolucionaria  del pueblo es la única que puede llevarla a cabo, aunque intervengan en este proceso actores que no provengan específicamente de la raíz popular, y que se relacionen con otros factores de poder, como pueden ser la Iglesia, el Ejército o la burguesía nacional.
Arregui se preocupa en distinguir el nacionalismo reaccionario del nacionalismo revolucionario.  Para nuestro autor “el siglo XIX es el siglo de las nacionalidades”, en tanto Nación es la conformación de un grupo humano establecido geográfica y jurídicamente bajo una organización estatal, unidos culturalmente a pesar de la confrontación entre sus clases, lo que condensa la imagen de una comunidad nacional.
De esta definición se desprende la distinción con el nacionalismo imperialista que las potencias coloniales impulsan en los países del tercer mundo. Arregui sentencia: “Hay que rechazar de cuajo toda filosofía nacionalista nacida en otros ámbitos, en naciones realizadas a costa de la historia frustrada de otros pueblos. El nacionalismo de masas propio de los pueblos dependientes, tiene por primerísima tarea, a través de sus ideólogos nacionales libre de la caparazón mental del coloniaje, el examen de los fundamentos teóricos y prácticos de esos “nacionalismos” de corteza europea, negándose a legitimarlos como filosofías nacionales sin raigambre, en el pueblo y la tierra. De ahí la necesidad de distinguir sin concesiones, la incansable antítesis entre las metrópolis y las colonias. En primer término (…) el concepto de nacionalismo a una nación poderosa es en su núcleo vital inseparable del concepto de opresión de los países débiles (…) El concepto de nacionalismo en un país atrasado, en cambio es enteramente canjeable por el concepto vivo de libertad. El nacionalismo es, entonces, lucha por la libertad.”[42]
En este sentido, Hernández Arregui otorga al revisionismo histórico la tarea descolonizadora de releer el pasado para refundar la conciencia nacional invadida por las ideas antinacionales de las oligarquías difundidas por todo el tejido social.

Industria Nacional y Liberación

Hernández Arregui repasa las transformaciones del imperialismo luego de la segunda guerra mundial, y establece que instrumentos como el Fondo Monetario Internacional son armas de la potencia norteamericana para intervenir en los procesos de intercambio a nivel global, así como una falsa imagen de industrialización, disfrazada de inversión extranjera para el desarrollo.
Arregui argumenta que la verdadera industrialización se da cuando la planificación de la política industrial responde a las verdaderas necesidades del país, como una unidad soberana. Para nuestro autor, es más importante crear mercado interno que alimentar el externo. Dice: “Los bienes de producción deben estar subordinados a las necesidades de consumo. O sea de un mercado interno, que es justamente el soporte de una industria nacional (…) La exportación de materias primas debe convertirse en producción interna para alimentar a las masas industriales y rurales (…) El proceso industrial, por tanto orientado con criterios nacionales, debe desarrollarse en paralelo a las demás actividades  productivas (…) y a un tiempo, junto a los grandes cambios cualitativos que la industrialización promueve, la primera meta debe ser la preservación patriótica de las masas productoras[43]

Peronismo y Socialismo (1972)

Arregui publica su último libro en medio del clima efervescente de los años ’70, y lo encuentra, como siempre, en la trinchera del pueblo.
Hernández Arregui observa la radicalización de los sectores trabajadores, de las clases medias que se acercan al movimiento nacional, y también observa al  imperialismo en crisis, y junto con él tanta las instituciones que los sostuvieron ideológicamente en la política  local.
Por tanto, vislumbra una nueva etapa que se acerca, y que tiene como condición el triunfo de las revoluciones nacionales. Manifiesta: “la creación por el capitalismo de un mercado único, promueve a su vez, condiciones revolucionarias, también mundiales, que se manifiestan de diversa forma, pero que en definitiva, anuncian el triunfo del socialismo sobre el capitalismo y en consecuencia, una nueva organización del mundo y de la vida. El avance de este nuevo orden, se evidencia en las guerras de liberación de las colonias.[44]
Arregui se detiene más adelante en la cuestión acerca de cuál o cuáles son las clases que deben que llevan a cabo los procesos revolucionarios en un país colonizado. Y argumenta que las clases revolucionarias son aquellas que bregan por la construcción de un Estado independiente de los poderes extranjeros. Le cabe a la clase trabajadora, como fuerza histórica, realizar las tareas nacionales,  en tanto, clases opuestas a la alianza oligarquía-imperialismo.
Dada la situación que vive la Argentina cuando Arregui publica estas palabras, el escritor le dedica un largo debate a la cuestión del sindicalismo en la Argentina, y que elementos, que por entonces se mantienen en las cúpulas sindicales, como Vandor y Alonso, resultan distorsivos de la función que los sindicatos deben tener en el proceso de supresión de la dominación oligárquica.
Manifiesta que es la clase obrera peronista la que debe guiar el movimiento sobre los principios generales de la conducción de Perón y del partido. Por tanto, es necesario dejar por fuera del movimiento a aquellos cuadros que no respondan a estos lineamientos, y que obstaculicen la radicalización ideológica del accionar de las masas.
Decíamos que Arregui entendía al socialismo como la etapa futura, una vez derrotado el colonialismo en todas sus formas. El sindicato es, para las clases trabajadoras, el “preámbulo de la libertad”. Éste permite la cohesión de una conciencia colectiva de la fuerza social que representa. Mientras el capitalismo entra en crisis más profundas, más profundo debe ser el accionar revolucionario de las masas trabajadoras.
La transición al socialismo debe realizarse, escribe Arregui parafraseando a Marx, para recuperar la esencia humana perdida, para refundar una nueva concepción del hombre y de su actividad creativa: “ al apropiarse de su trabajo y de la producción, sin intermediarios parásitos, capitalistas, banqueros, usureros, grandes propietarios de tierras, intelectuales de espinazos curvados, inversores extranjeros que viven del trabajo de millones de seres aplastados, clausurados en el horror de la degradación humana y espiritual, la clase obrera, al tomar conciencia de sí y para sí, no solo es revolucionaria sino liberadora del hombre, de todos los hombres[45].

Para concluir, diremos que las palabras y la pasión política de Hernández Arregui por alcanzar el triunfo de la revolución nacional, fueron una guía espiritual para las generaciones militantes que le tocó formar, y a las que le dedicó su vida.
Envar El Kadri, le dedicó estas palabras al gran maestro: “Usted tiene el mérito de ser uno de los pocos intelectuales que ha sido capaz de sembrar ideas por las cuales valga la pena morir, o vivir peleando por su aplicación -que es lo mismo-. Y nosotros hemos leído sus trabajos hace tiempo, cuando superando la adhesión emocional al peronismo que nos impulsaba a la acción, debimos buscar bases más firmes y sólidas para seguir luchando". [46]
El mejor homenaje es emprender el viaje de retorno al corazón de sus ideas, y convertirlas en lucha de los tiempos por venir.


*Socióloga (UBA). El texto pertenece a una clase virtual del curso de Filosofía política nacional dictado en el Instituto GESTAR.
 









[1] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández: del peronismo al socialismo. Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional.
[2][2] Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Página 16.
[3] Hernández Arregui participa en este periodo en órganos de prensa del sabattinismo, Nueva Generación y Debate, hasta que logra dirigir dos publicaciones cortas en las que plasma su mirada radical crítica, a saber Doctrina Radical y La libertad. Ver Carlos Piñeiro Iñiguez (2007) Hernández Arregui Intelectual Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos Aires.
[4] Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 37
[5]Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pag. 48.
[6] Piñeiro Iñiguez, Carlos (2007) Hernández Arregui Intelectual Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos Aires. Pág 36
[7] Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 142
[8] Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 144
[9]Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui. Del peronismo al socialismo. Ediciones del Pensamiento Nacional. Página 163.
[10] Juan José Hernández Arregui en la revista Primera Plana, 9/5/1972. Citado en, Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui. Del peronismo al socialismo. Ediciones del Pensamiento Nacional. Página 194.

[11]Piñeiro Iñiguez, Carlos ( 2007) Hernández Arregui Intelectual Peronista. Siglo XXI: Buenos Aires. Página 99.
[12] Peronismo y liberación, Año 1, N° 1. 1974. Página 5
[13] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág 223.
[14] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus Ultra: Buenos Aires. Pág.  32
[15] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus Ultra: Buenos Aires. Pág  28.
[16]Ibídem. Pág  34.
[17] Ibídem Pág. 171
[18] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus Ultra: Buenos Aires. Pág.  101
[19] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. 79
[20] Atahualpa Yupanqui citado en Galasso Norberto (2009) Atahualpa Yupanqui. El canto de la Patria Profunda. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires.
[21] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus Ultra: Buenos Aires. Pág. 277
[22] Ibídem. Pág. 284
[23] Ibídem. Pág. 287.
[24] Ibídem. Pág. 295.
[25] Hernández Arregui, Juan José (2004) La formación de la conciencia nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 43
[26] Ibídem Pág. 74
[27] Ibídem Pág. 76
[28] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 99.
[29] Hernández Arregui, Juan José (2004) La formación de la conciencia nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 104
[30] Ibídem Pág. 117
[31] Hernández Arregui, Juan José (2004) La formación de la conciencia nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 307
[32] Ibídem Pág. 333
[33] Hernández Arregui, Juan José (2004) La formación de la conciencia nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 333
[34] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 131
[35] Hernández Arregui, Juan José (1973) ¿Qué es el ser nacional?. Editorial Plus Ultra: Buenos Aires. Pág 18
[36] Ibídem. Pág 22
[37] Hernández Arregui, Juan José (1973) ¿Qué es el ser nacional?. Editorial Plus Ultra: Buenos Aires. Pág 23
[38] Ibídem. Pág 135
[39] Ibídem. Pág 161
[40] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 134
[41] Hernández Arregui, Juan José (1973) ¿Qué es el ser nacional?. Editorial Plus Ultra: Buenos Aires. Pág 305
[42] Hernández Arregui, Juan José (2004) Nacionalismo y Liberación. Editorial Peña Lillo: Buenos Aires. Pág 136
[43] Hernández Arregui, Juan José (2004) Nacionalismo y Liberación. Editorial Peña Lillo: Buenos Aires. Pág 260
[44] Hernández Arregui, Juan José (2004) Peronismo y socialismo. Editorial Corregidor: Buenos Aires. Pág 30
[45] Hernández Arregui, Juan José (2004) Peronismo y socialismo. Editorial Corregidor: Buenos Aires. Pág. 209
[46] Carta dirigida a Juan José Hernández Arregui por Envar El Kadri, de las FAP -Fuerzas Armadas Peronistas- 15/01/ 1970.

Bibliografía

·         Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires.
·         Hernández Arregui, Juan José (1973) ¿Qué es el ser nacional? Editorial Plus Ultra: Buenos Aires
·         Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus Ultra: Buenos Aires.
·         Hernández Arregui, Juan José (2004) La formación de la conciencia nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires.
·         Hernández Arregui, Juan José (2004) Nacionalismo y Liberación. Editorial Peña Lillo: Buenos Aires.
·         Hernández Arregui, Juan José (2004) Peronismo y socialismo. Editorial  Corregidor: Buenos Aires.
·         Piñeiro Iñiguez, Carlos (2007) Hernández Arregui Intelectual Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos Aires.
·         Recalde, Aritz (2012) Pensamiento Nacional y Cultura. Editorial Nuevos Tiempos: Buenos Aires.

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