Juan José Hernández Arregui. Las armas del pensamiento. Por Dionela Guidi*
Introducción
Esta clase tiene
por objeto repasar la vida y la obra de
uno de los pensadores más notables que ha dado el pensamiento nacional en el
Siglo XX.
El contenido
analítico de su obra es por demás profundo y excede por mucho las páginas de
este texto, que quedará como una invitación a sumergirse en la palabra viva de
Juan José Hernández Arregui, o como una cabalgata por
sus ideas.
Hace un tiempo
atrás, nos desayunamos a través de un periódico, que las concepciones acuñadas
por el ideario nacional, por nuestros militantes comprometidos con la
liberación del pueblo, habían quedado obsoletas a fuerza de quedar sepultadas
por el lodazal del tiempo, de las circunstancias, de las transformaciones
sociales, del anacronismo de su aplicación en
la actualidad…
Parecían ser una
fotografía vieja atesorada por nostálgicos patriotas...
Hasta se habló
de traiciones “buenas”, productivas,
positivas, a sus configuraciones conceptuales en pos de una actualización
crítica en clave del Siglo XXI.
Pues bien, para
todos los que estaban tirando los libros de Jauretche, Scalabrini Ortiz, John
William Cooke, Hernández Arregui, etc., por la ventana, la realidad nos vuelve
a poner frente al espejo de la
Argentina dependiente y periférica.
El ataque feroz
especulativo del imperialismo sobre nuestras
cuentas nacionales, aliados a las fuerzas internas subordinadas a sus
designios (corporaciones mediáticas , intelectuales cipayos, partidos políticos
del statu quo, clases sociales ligadas a la renta de la tierra y otras yerbas)
nos retrotrae una y otra vez a las nociones de nuestros pensadores, que
herederos e intérpretes de las luchas populares, nos recuerdan permanentemente
las tareas históricas a realizar por los movimientos nacionales, a fin de
solucionar una cuestión nacional no resuelta.
La vigencia de
estas ideas no ha perdido ni una milésima de actualidad. Quienes hablan de
actualización a secas, discuten la realidad del país como si se tratara de una
discusión literaria, dónde los problemas se encuentran en los libros. No se
trata de discutir definiciones abstractas, estéticas o novedosas, sino de resolver los problemas de la Patria con el compromiso de
una historia a cuestas plagada de injusticias, mártires y verdugos del pueblo.
Nuestros pensadores militantes así lo han expresado. Todo el arsenal de sus
ideas se dirigió a desanudar las taras culturales, económicas, políticas, a las
que nos sometió el poderío colonial y sus aliadas locales.
Esa debe ser
nuestra tarea como generación, en la medida en que las cadenas no estén rotas y
los aparatos ideológicos de la oligarquía no se encuentren desmontados.
Las páginas de la
definitiva independencia todavía no han sido escritas.
Reseña Biográfica.
Juan José Hernández Arregui: El hombre y sus
caminos.
Juan José Hernández Arregui nació el 29 de
octubre de 1912, en Pergamino, Provincia de Buenos Aires. Al poco tiempo, su
familia decidió mudarse a la ciudad de Buenos Aires, dónde se produjo la
ruptura del matrimonio de los padres de Juan José.
Emilio Hernández, padre del escritor,
abandona la familia luego de producida la separación, para nunca más volver. Su
madre, Patricia Arregui adopta el apellido del primer esposo fallecido, Iraola,
desplazando el apellido Hernández de su nombre y de la vida familiar.
La infancia de Juan José transcurre en los años de
postguerra, aprendiendo a través de los textos escolares todo el andamiaje
ideológico impuesto por la oligarquía para legitimar y asegurar su dominación.[1]
En su primera juventud, nuestro autor se
encuentra siendo formado por el aparato cultural “oficial”. Debe, a la vez, trabajar como empleado público en la oficina
de Rentas de Avellaneda dado que los ingresos de la madre no alcanzan para
sostener el hogar.
En tanto, el radicalismo que ya se encuentra
en el poder, mueve las estructuras sociales de la semicolonia , poniendo en
jaque el modelo político del orden conservador. Los sectores medios y populares
adquieren mayor presencia, se democratiza el acceso a la educación superior,
con la Reforma Universitaria de 1918, y se produce el primer intento de
nacionalizar los recursos naturales.
La experiencia popular queda trunca con el
golpe de 1930 que derroca al presidente Hipólito Yrigoyen. Las inquietudes y simpatías
de Juan José van orientándose hacia la comprensión y adhesión al yrigoyenismo
como movimiento masas.
Al mismo tiempo, la vida del joven Hernández
Arregui lo pone ante una nueva difícil prueba: su madre fallece al poco tiempo
de comenzar la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Solo en la
ciudad, acepta el pedido de sus tíos de radicarse en Villa María, provincia de Córdoba,
a la que decide mudarse para 1933. Corrían los años grises de la década infame.
El comienzo de una larga militancia
Es en esta época cuando Hernández Arregui
comienza a participar en política, de la mano de su tío radical sabattinista,
afiliándose al partido. Amadeo Sabattini representaba en aquel momento a los
sectores más progresistas dentro del movimiento radical, movimiento que ya se
encontraba cooptado bajo la égida de Alvear. Esta situación sumada a la
visceral oposición que practicaba Arregui al gobierno reaccionario, hicieron
que participara activamente en las filas del sabattinismo.
Entre tanto, consigue un empleo en la
biblioteca pública y centro cultural de Villa María “Bernardino Rivadavia”,
lugar en dónde se brindan conferencias de referentes del radicalismo
progresista y del reformismo universitario. En este marco, entabla relación con
figuras como Saúl Taborda y Deodoro Roca. En simultáneo, da los primeros pasos
en el oficio periodístico.
Con tan solo 23 años, Hernández Arregui ya
se perfila como joven promesa de la literatura. Publica en 1935 Siete Notas Extrañas, su primer libro de
cuentos, saludado por la crítica y por el mundo literario, incluso desde los
órganos de la intelligentzia. Dirá
Norberto Galasso al respecto: “Hernández
Arregui optará por el camino áspero de la política jugándose por sus ideas,
dejando como esperanza marchita su carrera literaria. Preferirá “suicidarse
literariamente” como Scalabrini, dar “letras a los hombres en de ser hombres de
letras”, como Manzi e integrar con Jauretche la lista de “malditos”. Siete
notas extrañas queda, pues, como muestra del gran cuentista que pudo ser”.[2]
En 1935, Amadeo Sabattini gana los comicios
provinciales, logrando convertir a Córdoba en un bastión opositor en plena década
infame. Su gobierno será acusado de “comunista” por el régimen fraudulento. En
tanto, Hernández Arregui pasará a desempeñar funciones en la Universidad
“Víctor Mercante”.
Esta tarea la combina con las de la
Dirección de la Biblioteca y con su formación intelectual autodidacta, ávida
por esos tiempos de lecturas sobre filosofía griega. Cuestión que intercala,
además, con su vocación política, que lo haya comprometido con la situación
local, como así también con las noticias que llegan desde el plano
internacional: la consolidación de los fascismos europeos, y la guerra civil
española.
Para 1938, nuestro autor decide mudarse a la
ciudad de Córdoba, dónde pretende retomar la universidad para sistematizar sus
conocimientos en Filosofía. Conoce en aquella ciudad a Odilia Giraudo, quién será su esposa y
compañera de toda la vida.
El gobierno de Sabattini se encuentra por estas horas acorralado por
el régimen fraudulento. Hernández Arregui comienza a interiorizarse en el
pensamiento de una agrupación radical, disidente del alvearismo, conocida como
FORJA. Sus reflexiones, plasmadas en cuadernos y declaraciones, expresan
profundas ideas antiimperialistas, enmarcadas dentro de un nacionalismo
popular. Entre sus referentes, encontramos a Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini
Ortiz, Luis Dellepiane y Homero Manzi, entre otros. La denuncia hacia el
radicalismo defeccioso no hace mella en el gobierno sabattinista, que no logra
convertir su territorio en una fuerza antialvearista, ni plantear una verdadera ruptura con el
radicalismo cómplice del contubernio gobernante.
Juan José comprende las limitaciones que
Sabattini encierra, a la vez que va consustanciándose con el pensamiento
emancipador de FORJA. Los senderos de la política concertarán una amistad
eterna con Jauretche, aunque eso no se refleje en una integración orgánica a la
patriada forjista.
Comienza también su labor docente como Maestro
Orientador en escuelas nocturnas vocacionales, y a interesarse por la “cuestión
pedagógica”.
En esta etapa estrecha vínculos con uno de
sus maestros, quizás el más decisivo en su pensamiento, Rodolfo Mondolfo, quién
lo acerca a las interpretaciones marxistas de la realidad bajo el capitalismo.
Se doctora en filosofía, tiempo después, en la Universidad de Córdoba.
Con las “patas en la fuente”
Llegamos a la década del ’40 y encontramos
al mundo conmovido por la guerra. Nuestro autor entabla largas charlas con sus
amigos activistas del trotskismo cordobés encuadrados en Frente Obrero, Esteban
Rey y Alfredo Terzaga. Las discusiones con ellos lo involucran en las
reflexiones acerca de la cuestión nacional. Por ese entonces, el trotskismo
latinoamericano se inclina de manera más benévola hacia los líderes populares
que superen sus contradicciones internas, dada la radicación de Trotski en
México y su lectura del cardenismo. No obstante, Hernández Arregui no manifestó
a lo largo de su fecunda carrera adhesión al trotskismo, ni un particular
interés en el pensamiento de Trotski.
En este momento comienza a esbozar a través
de distintas publicaciones periodísticas[3], sus
análisis en torno a la dependencia que Argentina padece con respecto a Gran
Bretaña, y el acercamiento que mantiene con la corriente revisionista en
materia histórica.
Nuestro autor se encuentra en Córdoba
cuando se produce el 17 de octubre. La
provincia también fue escenario de movilizaciones populares en apoyo a Perón.
Dice Juan José: Aquellos desheredados de
la tierra estaban allí llenando la historia de un día famoso (…) Por primera
vez, ese pueblo inaudible amasijado en la tierra y el sufrimiento sin
protestas, tomaba en sus manos encallecidas la historia y la convertía en la
presencia cierta de una revolución que hacía temblar, a su paso, las avenidas
apacibles de la ciudad y los corazones de aquellos que asistían, tras las
celosías de los edificios cerrados, al crecimiento de la manifestación
gigantesca y silenciosa como una gran amenaza. A caballos unos, en bicicleta o
en camiones otros, a pie los más, aquella muchedumbre abigarrada,
reconociéndose en la decisión multitudinaria, marchaba como un sonámbulo
invulnerable y seguro en una sola dirección, fija la mirada colectiva como una
gran pupila dilatada en la imagen del hombre que había hablado el lenguaje del pueblo y a quién ese pueblo le
devolvía la dignidad recuperada con la voluntad de morir por su rescate”.[4]
Hernández Arregui se suma al peronismo
tempranamente. En 1947 renuncia a su
afiliación radical. Por ello debió abandonar
Córdoba, convocado por Jauretche para formar parte del gobierno de la
provincia de Buenos Aires bajo la gestión de Mercante Es designado Director de
Estadísticas y Censo. Tiempo después, ejercerá la docencia en la Universidad
Nacional de La Plata, así como en el Colegio Nacional de la misma ciudad,
además de la Universidad de Buenos Aires. Su compromiso con las ideas de
liberación nacional, le hizo ganar la antipatía de los sectores reaccionarios
dentro de las universidades, quienes le adjudicaron el mote de “infiltrado”, y
de predicar “ideologías foráneas”.
A pesar de ello, el ánimo de Juan José se
encuentra esperanzado por los días que atraviesa el país: “El pueblo vaciaba los almacenes, las carnicerías, las rotiserías. Ese
pueblo no ahorraba. La razón era sencilla. Tenía hambre. Bien pronto comenzaría
a comprar la casita, el aparato de la radio la heladera. Aquella ignominia de
la Década Infame había quedado atrás. La vida de los argentinos se había
transformado. Los cines, los estadios llenos, las confiterías llenas. Se desatendía
al público y los empleados se mostraban insolentes. Pero el público podía
comprar. Se viajaba con dificultades. Pero los lugares de veraneo estaban
abarrotados. Las clases privilegiadas protestaban. Pero las capas bajas de la
población conocieron derechos a la vida que les habían sido negados bajo el
inexorable dominio material y político de la oligarquía”.[5]
Sin embargo, la incorporación de Arregui al
peronismo no se dio de manera acrítica, y no fueron menores las posiciones
encontradas que nuestro autor tuvo con los grupos burocratizados del
movimiento. No obstante, las contradicciones dentro del campo nacional, no
hicieron que cuadros intelectuales de la entereza de Hernández Arregui, Scalabrini
Ortiz o John William Cooke perdieran la brújula de la liberación de la Patria.
Dice Piñeiro Iñiguez al respecto: “Cuando
a fines de 1954 el frente nacional constituido de hecho por el peronismo
comienza a fracturarse; cuando la jerarquía eclesiástica y los nacionalistas
católicos abandonan el barco; cuando sectores militares son tentados a
aventuras golpistas y sobre todo, cuando la burguesía industrial nacional
olvida que es producto del mismo peronismo y quiere avanzar sobre las
posiciones e ingresos de los propios obreros, los intelectuales del peronismo
de izquierda vuelven a las posiciones de combate”.[6]
La hora de la resistencia
Con el arribo de la fuerza brutal de la
antipatria, tras el golpe de 1955, Hernández Arregui pierde sus cátedras, y es
apresado en varias ocasiones por su filiación peronista.
Existen
dos experiencias muy relevantes que Hernández Arregui llevará a cabo en la
década del ’60: el Grupo CÓNDOR y la formación ideológica de cuadros militares.
En esta época, el Frente Nacional se
encuentra nuevamente proscripto para las elecciones de 1963; otra vez los
comicios serán una farsa. El gobierno militar de facto bajo la gestión de
Guido, endurece sus posiciones antipopulares.
Hernández Arregui, se encuentra en estos momentos lanzando
críticas a la dirigencia peronista que se naufraga entre el
“votoblanquismo” y la integración al
régimen electoral para la obtención de bancas, al costo de abandonar la lucha.
Contra ella no ahorra calificativos, y llama “traidores a la causa nacional” a
sus dirigentes.
Arturo Humberto Illia es quien resulta
ganador en una contienda ilegítima, con el pueblo sin genuina expresión en las
urnas. Dice Hernández Arregui: “No creo
que Illia resuelva nada. Contará de entrada con el apoyo británico, cuyos intereses,
por esos azares del país colonial, es decir, de la Argentina agropecuaria,
representa. Tendrá el nuevo gobierno dinero, renegociaciones de deuda, revisión
de contratos petrolíferos – los que interesan al imperialismo angloyanqui-
hasta que al final, tarde o temprano, habrá una salida nacional. Illia, a pesar
de él, viene a representar lo que el Gral. Justo durante la Década Infame.[7]”
El campo nacional no logra articular fuerzas
para retornar al poder. Perón conduce al movimiento desde el exilio, planea
retornar al país (regreso que obstruirá el propio Illia), no obstante en el
sector trabajador crece la figura de Vandor, como la línea pactista y
burocratizada del movimiento obrero,
independiente del liderazgo de Perón.
En este contexto de incertidumbre, Hernández
Arregui promueve la organización de centros de Izquierda Nacional, como
referencia ideológica para peronistas y militantes de izquierda urgidos de
respuestas claras.
A este proyecto se lo denominó grupo CÓNDOR,
y en él participaron intelectuales notables como Ricardo Carpani, Rodolfo Ortega
Peña y Eduardo Luis Duhalde. Faltaba,
sin embargo la presencia de otro gran militante: John William Cooke, quien se
encontraba recién llegado de Cuba. Manifestó en las reuniones en las que
participó junto a Juan José que entendía que la adhesión pública al marxismo
era un error. No llegaron a un acuerdo, por lo que Cooke no se integró
definitivamente al grupo.[8]
Finalmente, el grupo CÓNDOR aparece públicamente en 1964 resaltando que
es el producto de
la acción concertada de hombres provenientes de peronismo y la izquierda
nacional. Sus objetivos se orientan a la unión entre el pensamiento nacional
revolucionario y la clase obrera peronista, única fuera capaz de oponerse al
imperialismo y consumar una Revolución Nacional.
Entre las posiciones que defienden se encuentran la adopción del
marxismo como metodología para la investigación socio-histórica, cultural y
económica, así como guía para el accionar de masas. A la vez, la incorporación
del revisionismo histórico como marco de interpretación opuesta a la historia
oficial mitrista liberal, negadora de la presencia del pueblo en la historia.
En el plano económico, exaltan la necesidad de la planificación estatal y la
nacionalización de todas las ramas de la
economía, bajo la conducción de sectores trabajadores. Resaltan también la
tarea de descolonización cultural, y como parte de esa tarea, trabajar
ideológicamente sobre el ejército para lograr la unidad entre éste y el pueblo,
creando un bloque nacional contra el águila imperial.
Otro factor fundamental en el pensamiento de
CÓNDOR es la unidad de América Latina, entendiendo que la liberación solo es
posible si se da conjuntamente entre sus pueblos.
A pesar de los esfuerzos, el CÓNDOR no
logra consolidarse. Las distintas
tendencias que expresan sus miembros impide la cohesión para la acción. Los
avatares de la situación política inestable y adversa obstaculizan aún más la
reorganización del movimiento y el ansiado retorno de Perón, tras casi una
década de derrotas populares.
Hernández Arregui continuará abriendo
caminos, por adversos que soplen los vientos.
Para finales de los años sesenta ya ha estrechado vínculos con el sector
combativo del movimiento obrero, entre ellos con Raymundo Ongaro. Crean, junto
a la CGT de los argentinos, la Comisión de Afirmación Nacional, de la que
Arregui forma parte de la mesa directiva con Jauretche y José María Rosa, y de
la que Perón es nombrado como como presidente honorario. A través de ella, se
denuncia la venta de la Patria, y la extranjerización no sólo de nuestros
recursos económicos, sino también de nuestra educación como forma de coloniaje
cultural.
Otra de las experiencias notables que promovió Hernández Arregui, es la
que surgió luego del encuentro con militares jóvenes interesados por la
formación ideológica de cuadros militares dentro del ejército. Ellos son Julián
Licastro y José Luis Fernández Valoni.
A partir de allí, Juan José inculcará en la
clandestinidad una visión nacional y
marxista a jóvenes oficiales. Llegó formar cerca de 40 militares de alta
graduación, a quiénes orientaba ideológicamente. Los discípulos, así como
aprendían las enseñanzas del maestro, la difundían entre sus compañeros.
A raíz de esta experiencia, los oficiales del ejército formados por
Hernández Arregui serán acusados de “infiltrados” y “comunistas”, por lo que
serán detenidos e incomunicados. Hernández Arregui no correrá mejor suerte que
la de sus discípulos.
En la purga antinacional, quiebra la labor
de Juan José y los militares del pueblo. ¿Qué dice Hernández Arregui al
respecto?: “No importa, hay que seguir
batallando, continuar elaborando posiciones, demoliendo mitos, explicando,
adoctrinando”[9].
El retorno y la partida.
“…
Porque hay otra partida,
Otra cosa,
Digamos,
Donde nada,
Nada,
Está resuelto.”
Paco Urondo
La Argentina de los años ’70 se encuentra atravesada por una profunda
efervescencia social, producto de tantos años de opresión contra el
pueblo. Perón se encuentra negociando con
el gobierno de facto de Lanusse su retorno a la Patria.
Dice Juan José por estas horas: “la violencia es la respuesta patriótica de
la conciencia nacional agredida por el colonialismo. Y esta es una definición
estricta de la violencia, no su apología. Son los agresores internos y externos
quienes imponen la violencia económica y cultura no deseada por los pueblos.
Por eso la Argentina actual se encuentra, si el actual gobierno no acepta el
retorno de Perón y al mismo tiempo, si el ejército no apoya una política de
recuperación del patrimonio nacional, al borde de la guerra revolucionaria
integral como el propio general Perón la ha llamado”. [10]
Ese mismo año, cuando se encontraba en su
hogar junto a su esposa e hijo, y a poco de finalizar la impresión de Peronismo
y Socialismo, una bomba explota dentro de su morada, provocando heridas de
profunda gravedad a su compañera de toda la vida.
Frente al feroz ataque, Hernández Arregui
redobla la apuesta: “En tiempos como este, la neutralidad es cobardía”.
Peronismo y Socialismo se encuentra circulando en los últimos meses del
fatídico 1972. Se anuncia, en tanto, el
regreso del General Perón y la fijación de las elecciones para el 11 de marzo
de 1973.
Con Odilia en franca mejoría, Hernández
Arregui es convocado a participar de la comitiva que acompañará a Juan Perón en
la vuelta. Con orgullo emprende el viaje, con Fermín Chávez como compañero de
asiento.
Del júbilo de la primavera camporista al
trágico 20 de junio en Ezeiza, Hernández Arregui se encuentra en la disyuntiva
de encuadrarse dentro del movimiento peronista.
La tercera presidencia de Perón se sumerge
en las contradicciones del movimiento.
Con una economía deteriorada, y fuerzas políticas, principalmente
juveniles, críticas a su conducción, los desencuentros se suscitan entre las
facciones dentro del peronismo. Hernández Arregui se encuentra atravesando días
amargos, con los acontecimientos que le toca ver. Desde la publicación Peronismo y Socialismo llama a sujetarse
a la conducción del General.
Sin embargo, las contramarchas continúan.
Son desplazados en Córdoba Atilio López y Obregón Cano, tras el “Navarrazo”,
muere el querido Arturo Jauretche y es asesinado por las fuerzas desatadas de
la Triple A, el padre Carlos Mugica.
El 1 de junio de 1974 muere el presidente
Perón, durísimo golpe al movimiento nacional y a la Patria toda.
La furia del loperreguismo expresada en la
triple A en acción se recrudece. Dice Piñeiro Iñiguez sobre esta etapa : “Los espacios para seguir desarrollando una
concepción peronista revolucionaria se van achicando; el desconcierto se mezcla
con una sensación que no es de culpa, sino más bien de responsabilidad por los
jóvenes que están cayendo a cientos ante las celadas de la Alianza
Anticomunista Argentina, una organización de terror blanco que dirige el ex
secretario privado de Perón y entonces ministro de Bienestar Social, José López
Rega, y de la que participan algunos militares y policías mezclados con matones
sindicales. Y la forma de responder a esa violencia es con otra violencia que se
equivoca de objetivos- se ejecuta al dirigente gremial José Rucci por ejemplo, sin
la menor posibilidad de enfrentar a largo plazo a lo que comienza a
evidenciarse como un llano terrorismo de estado.[11]
El último accionar político de Hernández
Arregui se orienta a la publicación Peronismo y Liberación. Tiene como
redacción la casa anteriormente bombardeada del escritor.
Entre sus páginas cuenta con los aportes de
César Marcos, Leónidas Lamborghini, Sebastián Borro, entre otros, en dónde se
justifica el cambio de nombre de Peronismo y Socialismo por el de Peronismo y
Liberación, dado que desde la perspectiva de Juan José y de quienes apoyaron la
publicación, se venía dando en el movimiento nacional una posición que conducía
a profundizar la lucha al interior del peronismo en nombre del socialismo. Para
nuestro autor, con absoluta claridad política, decir peronismo es decir
liberación nacional.
Establece en sus páginas: “todas las
energías populares deben centrarse hoy en la divisa única de la emancipación,
es decir, en la grandiosa lucha de liberación nacional que engloba a todas las
otras luchas y clases sociales no ligadas al Imperialismo, en un solo frente
unificado. Desde hoy, por estas razones políticas y exigencias patrióticas,
convencidos de que cambiar el nombre no es cambiar la cosa, esta revista pasa a
llamarse PERONISMO Y LIBERACIÓN”[12].
Hernández Arregui ya tiene condena de muerte
decretada por las AAA. Urge emprender el
camino hacia el exilio, sin embargo decide quedarse en Buenos Aires. Luego de la
insistencia de familiares y amigos, se traslada a Mar del Plata dónde un
infarto masivo le quita la vida. Muere el intelectual pero su obra está
sembrada. Corría el mes de septiembre de 1974.
De esta forma lo caracteriza Norberto
Galasso: “A esa entrega de sus días y
sus noches, unió permanentemente un
rígido código ético, expresado en abnegación, desinterés por los cargos y
austeridad cotidiana, anticipando con su propia conducta los tiempos por venir.
Así, sus ideas y su ejemplo, marcan un camino en esta lucha por la liberación
nacional y social del pueblo latinoamericano, concurrente al progreso histórico
de la humanidad, en fin, a la auténtica liberación del hombre”[13].
Juan José Hernández Arregui: Su obra, la
herencia, el legado.
Por la descolonización cultural.
Imperialismo y Cultura (1957)
Liberalismo
y nacionalismo oligárquico
En este primer libro político, que sale al
público en plena embestida oligárquica, Arregui plantea desde un enfoque
marxista nacional en lo metodológico y revisionista en lo histórico la crítica
a la espiritualidad
de nuestro tiempo entendiendo a la actividad cultural como ideología ligada
al resto de los procesos y manifestaciones económico-sociales.
El imperialismo practicado por las potencias
desarrolladas desde finales del siglo XIX incorporó bajo su égida a vastas
porciones territoriales, que pasaron a depender de estos centros industriales,
proveyéndolos de materias primas.
La construcción de los estados nacionales en
América Latina no se encontró al margen de la expansión del capitalismo en su
fase imperial. Los intelectuales, escritores, periodistas, profesores y demás
agentes de la cultura han reproducido los esquemas ideológicos difundidos por
las naciones dominantes, como el librecambismo en lo económico, a pesar de no regir
como línea directriz para las economías desarrollas, en las que se
profesó una rígida planificación económica y aduanera: “Se nos enseñó que éramos un país joven cuando en realidad éramos una
comarca conquistada. De esa realidad
devino una mentalidad vacilante entre su fe liberal y su tristeza de factoría”[14]
Bajo este marco, con el surgimiento del
nacionalismo oligárquico ya entrado el siglo XX, estableció que la generación nacionalista de
la década del ’30 nace respondiendo a un proceso histórico particular vinculado
a la conservación de una sociedad tradicional en oposición a los movimientos
liberales. En sus orígenes, es antibritánico por rescatar la raíz hispánica y
practica un visceral anti marxismo.
El odio clasista visceral hacia Yrigoyen
refuerza su conservadurismo político: “Este
conservatismo frente a la cuestión social es la contradicción irresoluble en
que se debate el nacionalismo argentino y determina su fracaso político”[15].
Por tratarse de un desplazamiento de la
oligarquía liberal dirigente, este nacionalismo no ha sido otra cosa, como
detalla Hernández Arregui, más que instrumento del imperialismo que reforzó una
conciencia falsa de lo propio, y debilitó las fuerzas nacionales defensivas que
pujaban por la liberación nacional.
Se desarrolló como una escisión de la clase
dominante ligada a la tierra, pero no rompió con su extracción de clase. Dice
Hernández Arregui: “es la propiedad de la
tierra la fuerza modeladora de esa cultura de clase. Su mentalidad está
limitada por la uniformidad de una economía sin variantes, hostil al cambio y
la movilidad de las formas sociales (…) Cada vez más aislada del cuerpo que
crece – inmigración, industria, proletariado- sin conexiones vitales con el
proceso múltiple del país, adopta una actitud distante fundada en el desprecio
de las minorías selectas (…) Es por eso que de su propio seno surgen
movimientos antiliberales, hispanistas, rosistas. El liberalismo abstracto dio nacionalismos abstractos”[16].
Literatura y Conciencia Nacional
Hernández Arregui manifiesta que la
hegemonía de Buenos Aires como centro de irradiación de las tendencias
culturales europeas debe entenderse como un fenómeno comercial más que como
consumo “refinado”, de “distinción” de la burguesía porteña. Las modas
intelectuales extranjerizantes van ligadas a la inserción periférica de la
economía del país: “La irrupción invasora del imperialismo con sus formas
disolventes de las culturas autóctonas, trae enancado el movimiento modernista
que en este orden, es manifestación de la colonización espiritual que avanza.
El modernismo literario es un lujo que la oligarquía agrega a su curiosidad de
arribista de la cultura.” [17].
Para Hernández Arregui, cuando un pueblo se
plantea el problema de la literatura nacional toma conciencia de su destino
histórico.
Arregui retoma a la generación del 900 como la
generación que fue capaz de percibir el extranjerismo cultural, fragmentado en
su geografía entre las luces de Buenos Aires y el interior profundo. El
predominio porteño impide la visión de una Nación integral, unificada económica
y culturalmente.
Destino errante el de estos intelectuales
que querían pensar lo propio, vegetaron en un medio que les dio la espalda.
Manuel Ugarte es la expresión más cabal de ello, aunque le siguieron figuras
como la de Manuel Gálvez y el poeta Almafuerte, expresiones del movimiento
literario que emergió luego de la victoria de Yrigoyen y el ascenso de sectores
medios en la estructura social, en tanto búsqueda de una consolidación cultural
con raíz nacional y también como oposición al régimen conservador oligárquico.
También resalta la presencia de los grupos
de Boedo y Florida en la década del ‘20. El grupo Florida definido como el
aristocratismo poético, en el que participaban exponentes como Rodríguez
Larreta y Güiraldes, la usina de una literatura de elite, mientras que el grupo
Boedo, en el que participaban Almafuerte y Carriego, era el grupo en el que se
manifestaba una conciencia social de los problemas. El grupo Boedo, no deja de
ser extranjerizante en lo ideológico, pero es la antesala, como señala Arregui,
de posiciones literarias populares y revolucionarias.
En cambio el grupo Florida devino en cultura
“oficial”. No obstante, el grupo Boedo, producido el golpe del ’30, se acomoda
el régimen, salvo contadas excepciones.
La servidumbre intelectual
Entrando en la década infame, Arregui
analiza el papel de los intelectuales quienes solidifican en una literatura de
elite a la orden de la oligarquía entreguista. Escritores y “pensadores” de
toda la laya se acomodan al “paladar” dominante.
Se convierten en imitadores a sueldo del
extranjerismo mental en el ámbito de las letras y del arte, que no es más que el
reflejo del extranjerismo económico ejercido por los sectores dominantes en el
poder: “en esa atmósfera creció nuestro
sentimiento de inferioridad y la fama de nuestra tristeza. Lo extranjero
envolvía a lo argentino, por todas partes, como una película aisladora, en los
cines, en los avisos comerciales, en los escaparates, iluminados de los
negocios. El más ínfimo artículo llevaba el sello misterioso de su origen
ultramarino. Todo ese mundo artificial de objetos importados recordaba a los
argentinos una incapacidad y era el producto de una ciencia imposible para el
país agropecuario” [18].
Hernández Arregui utiliza el término alienación para las mentalidades de los
intelectuales d este tiempo, por el aislamiento que profesan del mundo social
en el que escriben. Naufragan entre el individualismo y la indiferencia,
triturados por la superestructura cultural oligárquica: “El creciente endeudamiento nacional a través de empréstitos y de la
remisión al extranjero del producto de trabajo argentino, enfeudó también a la
inteligencia que dependía de la clase superior. Así resultó una literatura
estática y sin luz propia. El latifundio estrecha y comprime a los
intelectuales adscriptos su poder a través de los diarios y órganos de la
cultura oficial. Esa inteligencia fue, en el orden de la cultura, la sucursal
poética de la renta territorial. Y así se puso también ella de espaldas al
país. Con lenguaje ultraísta o surrealista, esta generación vanguardista en
literatura, es la sierva de la Argentina feudal”[19].
Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges son los
escritores tipo, encolumnados detrás de la producción literaria de la revista
SUR, de esta intelectualidad domesticada, comprometida con el orden
oligárquico. Acariciados por la “gracia” de las clases altas, el modelo que
imponen a través de sus escritos es el de la ficción de un arte “independiente”
y “autónomo” de quién lo realiza, como una creación pura y como un fin en sí
mismo.
Embriagados por los movimientos estéticos
europeos, vieron en la cultura nativa “atraso” con respecto a aquellos. La
cultura es para ellos, patrimonio de un sector diferente del pueblo. Conforman
un “círculo” con el poder de legitimar qué es cultura y qué no lo es, marcando
el paso de los “pichones” aspirantes a la consagración dentro del esquema
dominante.
Porque América Latina es un solo poncho[20]
Arregui entiende a la cultura a través de
los siguientes rasgos: a) como una comunidad económica asentada en un área
geográfica b) Como valores y símbolos vivificados por la lengua C) como
conciencia atemporal de la propia personalidad colectiva histórica, distinta de
otras. [21]
Por tanto, se realiza la pregunta ¿es
América Latina una cultura? Cuenta con
un espacio geográfico propio y real, como criterio básico de asentamiento de
una cultura, pero no suficiente, Latinoamérica no es solo un lugar en el mapa.
Sus fronteras, parceladas y fragmentadas, han sido un obstáculo para la
consolidación una gran Nación.
Como un fruto de la tierra y la geografía
mas, posee además folklore, “humus
ancestral de toda cultura independiente. La autoconciencia cultural de una
comunidad se reconoce a sí misma en lo autóctono. Lo autóctono es la percepción
de una imagen colectiva primordial”[22].
Estas creaciones folklóricas amerindias
viven en las capas profundas de la conciencia colectiva, germinado a través de
los distintos grupos étnicos y lingüísticos. Tal es así, que los grupos dominantes
no han podido borrar su presencia como arquetipo de lo nacional.
Otro factor común del continente es la lucha
común contra el poder disgregador que los pueblos latinoamericanos han
experimentado en la etapa imperialista del capitalismo en el siglo XIX y XX: “Esta cohesión refractaria de las naciones de
hispanoamericanas, ha sido posible por el carácter homogéneo de una Cultura
vigorosamente consolidada en los países integrantes de la gran comunidad y
fundada en una religión, creencia, instituciones, costumbres, y lenguas
comunes, traídas y arraigadas en estas tierras por España”.[23]
El rasgo fundamental que destaca Arregui, es
que tanto las tradiciones nativas como el sentimiento nacional, nutren el
accionar político de los pueblos oprimidos de América Latina. Es el ideal de la
unión la divisa antiimperialista.
En síntesis, la cultura nuestroamericana
tiene como condición de subsistencia la realización continental: “La fuerza del continente ha sido su unidad
espiritual común en medio del formidable desplazamiento del equilibrio mundial
de la era imperialista. Pero esa defensa no ha sido suficiente. Hoy, en otra
etapa histórica, debemos concebir nuestro destino en términos de política
intercontinental. El imperialismo no ha logrado romper nuestra unidad cultural.
Semejante hecho, convertido en conciencia política de nuestro destino común, terminará por
reintegrar las economías nacionales al centro organizador de la Confederación
Iberoamericana”.[24]
Nación o Factoría. La formación de la
conciencia nacional. (1960)
Sigue la resistencia del campo popular en la
Argentina y Arregui publica este libro como búsqueda de la consolidación de una
conciencia nacional de un pueblo en lucha por su liberación.
La cultura nacional, que para Arregui es la
base espiritual de la unificación del país, se deriva de un conjunto de
factores materiales y simbólicos (lengua, tradiciones, creencias, folklore, etc.)
y también es aceptación e identificación común con esas creaciones populares y
valores colectivos. La cultura tiene un aspecto fijo, no obstante “junto a su
lado estático, es creación, resistencia y asimilación. Sólo hay verdadera
nación cuando se sienten y se piensan en comunión determinadas valoraciones que
no eliminan – ya se ha dicho- las oposiciones de clase. La ligazón cultural es
por un lado sentimental, pero sus categorías colectivas están estereotipadas y
al mismo tiempo vivas en la memoria de las masas” [25]
La dominación oligárquica
Arregui afirma que el poder de la clase
terrateniente argentina no proviene solamente de su poder económico. La
dominación que ejerce se invisibiliza tras las instituciones, las educativas,
jurídicas, económicas, políticas, de modo tal que logra que sus intereses de
clase se presenten como el centro
unificador de toda la Nación.
Inyecta su “espíritu de clase” a través de
todo un sistema ideológico, basado en el culto
a la historia que ella misma escribió, a los héroes que inventó e
inmortalizó en bronce y mármol, en la eficacia de sus instituciones liberales,
en la convicción de un pasado dorado amenazado por el “fantasma” de las luchas
populares representadas en la montoneras federales, trasmutado luego en la
clase obrera peronista.
Hernández Arregui resalta que la oligarquía
local carece de un estilo propio, ya que imitó modelos y prácticas anglosajonas
y francesas producto de su dependencia económica, que la ligó espiritualmente a
las metrópolis en su condición periférica.
La difusión de su pensamiento circula por
amplios sectores de la sociedad que se reconocen en el inmigrante, negando o
suprimiendo la presencia de la raíz cultural hispano-indígena.
Las clases medias absorben la ideología
oligárquica (dado su origen inmigrante), cuestión que las liga a las elites de
manera tal que las conduce a cumplir el rol de administradoras de la cultura
dominante: “entre las clases altas que
educan y las clases inferiores educadas, hay clases intermedias que sirven a
esa clase. Maestros, periodistas, profesores. Por eso, el sistema educativo de
la oligarquía, junto con el desentendimiento de la ciencia, ha dirigido
férreamente la enseñanza de la historia, del derecho, de la literatura,
materias formativas por excelencia, a los fines de afirmar y justificar ante
las demás clases su dominio político y petrificar culturalmente su prestigio.”[26] Y más
adelante concluye: “La Argentina bajo la
oligarquía, fue un país de maestras normales educadas en la leyenda de la
civilización sin máquinas y en la menorvalía de nuestra incompetencia
industrial. Mientras la oligarquía detentó el poder, le bastaron abogados de
empresas extranjeras, filósofos anodinos, historiadores comprados por la
cátedra para la idealización de esa oligarquía prosternada ante Europa. Una
inteligencia enajenada, pues la clase educadora era antinacional. La filosofía
del liberalismo sirvió en la Universidad al tradicionalismo conservador”.[27]
La izquierda abstracta
Hernández Arregui argumenta que la base
social de los partidos de izquierda en la Argentina, proveniente de los
sectores medios de origen inmigrante, explica la subordinación a la ideología
dominante y su permanente desconexión de las masas populares. Desde su
formación, los partidos de izquierda como el socialista y el comunista,
estuvieron dirigidos por intelectuales de las clases medias, extranjerizantes
en sus ideas, definiendo el carácter antinacional de su práctica política. En
sus programas no figuran las clases trabajadoras nativas, sino que se
orientaron a la capa obrera media urbana e inmigrante, que poco arraigo e
interés tenía en los problemas de locales.
Liberales y europeístas en las ideas, repelieron la intervención estatal tal como lo
aprendieron de la oligarquía.
Del partido socialista, conducido por Juan
B. Justo, Arregui señala: “Es un progresismo socialista que mira el porvenir y
sirve al pasado, como el hombre del cuento que tenía colocados los pies al
revés y por tanto aunque miraba adelante, caminaba para atrás. Han sido
internacionalistas en la medida que olvidaban al proletariado nacional,
pacifistas en el orden mundial y belicistas contra su propio pueblo. Y así han
servido de alfombra persa a la oligarquía, coronado todo por la inteligencia
pura y la pura sumisión”.[28]
Acerca del partido comunista, Hernández Arregui señala su absoluta
desvinculación de la cuestión nacional, y el profundo desinterés que manifiesta
por la injerencia del imperialismo en el destino de la Nación, respondiendo
como una organización burocrática a los lineamientos marcados por Rusia. Así, mientras las clases trabajadoras
se levantaron contras las elites dirigentes,
el partido comunista ha estado del lado bando del orden, viendo desde la
vereda de enfrente la lucha popular. Dice Arregui: “el partido comunista, a más de apéndice ideológico de la oligarquía
terrateniente en materia histórica, ha sido el espejo vigorizante, en el orden
internacional, del imperialismo británico”[29].
De los intelectuales liberales esculpidos
por esta izquierda abstracta, Arregui manifiesta que son las “criaturas
predilectas engendradas por la colonización pedagógica”. Muchos de ellos se
declaran marxistas o simpatizantes de la izquierda socialista o comunista, sin
embargo su dependencia al orden económico impuesto, ya sea como profesionales o
técnicos, hacen esa “simpatía” sea sólo una prédica estéril, un ideario
abstracto que enaltece a la “humanidad” en los libros, pero que rechaza a los
sujetos concretos de carne y hueso, hijos de la Patria.
Dice Hernández Arregui sobre este tipo de
intelectual: “la falsa conciencia que
tiene de sí mismo es parte del rebajamiento social a que la clase superior lo
somete al ponerlo a su disposición. Como cree ocupar en la sociedad un orden
jerárquico, se consuela de su dependencia material convirtiendo al orden
económico en un ideal ético y aspira a petrificar su servidumbre real en los
honores, premios, condecoraciones y pequeñas distinciones que le discierne la
sociedad, o sencillamente, goza de la indefinida estimación social derivada de
sus funciones profesionales.” [30]
Peronismo y Liberación Nacional
Hernández Arregui enarbola las realizaciones
de la década peronista como una política integral de Liberación Nacional que
quiebra la dominación del orden semicolonial.
La planificación de la economía desde el Estado orientada a la
nacionalización de servicios, de la banca, de los recursos naturales, la
promoción industrial, el control del comercio de granos, la política social y
cultural, la participación de los trabajadores, la integración latinoamericana,
todo aquello rompía el aparato de dominación de las clases altas basadas en la
explotación de la tierra, y que nos sumía
en la Argentina pastoril. Estas características le dan una alta progresividad
histórica en la lucha de un pueblo por alcanzar una verdadera y definitiva
independencia.
Hernández Arregui también analiza los
factores que debilitaron al peronismo, como movimiento de liberación nacional:
“Estos gobiernos democráticos con base de
masas han sido sistemáticamente atacados de antidemocráticos en nombre de esas
“libertades” al servicio de los
privilegios económicos. Tales gobiernos, por su composición policlasista, que
es la causa de su debilidad, vacilan, incapaces de imponer una política
enérgica a los enemigos internos unidos, por su parte, a través de intereses
homogéneos de clase al imperialismo”[31]
En cuanto a los objetivos que tuvo el golpe de 1955 que terminó con el
gobierno popular, Arregui señala: “la
revolución que derrocó a Perón tuvo por
objeto retrotraer el país a su antigua situación agropecuaria, transferir la
riqueza nacional al sector ganadero y agrario y detener la industrialización
por imposición de las grandes potencias exportadoras, disminuir el consumo
interno, bajar el precio de la mano de obra al servicio del capital
colonizador, aplastar al movimiento sindical organizado, entregar a los
monopolios extranjeros el control de la economía que se había liberado de
tutelas y fiscalizar por medios directos e indirectos la producción industrial
de acuerdo con esos intereses extranjeros.”[32]. Con
absoluta claridad, el maestro enfatiza lapidariamente en las metas que tiene
toda contrarrevolución cuando es un movimiento nacional el que lleva las
riendas del destino de la Nación.
Arregui reniega del anticlericalismo y el
antimilitarismo a secas, sin contenido analítico de la función histórica de los
diferentes sectores. Entiende que es necesario establecer una política
estratégica que incluya estos grupos dentro del Frente Nacional.
Argumenta que cuando los procesos de
transformación son todavía incipientes,
siguiendo la idea de Lenin, lo viejos sectores conservan aún sus posiciones de
privilegio y por tanto una ventaja estratégica con respecto a lo nuevo. Es por
ello que, grupos del antiguo régimen
pueden servir de manera positiva o negativa en la nueva etapa.
Tanto la Iglesia como el Ejército están
atravesados por corrientes y tendencias ideológicas sobre las que actúa el
imperialismo y la oligarquía. Pero también en ambas, se encuentra la
“conciencia histórica de la nacionalidad”.
Para Arregui, sólo la izquierda antinacional puede dudar de la función
anticolonialista del Ejército en un país dependiente. Dice sobre el Ejército: “el nacionalismo del Ejército viene de su
función geopolítica e histórica centralizadora. Es el brazo armado de la
voluntad nacional, y esto explica que los planes siderúrgicos hayan surgido de
militares como Savio, Mosconi y Baldrich (…) Industria Nacional que se ubica
tanto en la ubicación estratégica de la Argentina en el mapa como a la grandeza
de la Nación” (HA,379). Y concluye luego “Ese encuentro del pueblo con el
Ejército advendrá (…) y es la conciencia nacional de los argentinos, fruto de
un acaecer histórico, doloroso pero no gratuito, lo que les anuncia a las
naciones opresoras de la tierra invirtiendo el temor de Darío- poeta inmortal
de nuestra América- que los hispanoamericanos no hablaremos inglés”.[33]
¿Qué es el ser nacional? (1963)
Con este título, Arregui publicó su tercer
libro, basado en una conferencia escrita para los estudiantes del movimiento
reformista de la Universidad Nacional del Nordeste, en Resistencia, Chaco.
Esta conferencia se fue replicando en distintas
universidades de las provincias, reuniendo público de diversas tendencias, lo
que motivó a Hernández Arregui a publicar el texto, por el interés que había
despertado, pero fundamentalmente para lograr para disputar el concepto de ser
nacional, expropiado por los profetas del odio, en dónde las masas populares se
encuentran al servicio de la oligarquía, cómo única razón de ser de nuestra
nacionalidad: “Es obvio que un término
usado así, genéricamente, es una metáfora muerta. O peor aún, un gato encerrado.
De eso se trata. De una deliberada confusión. A romper la cáscara hipócrita del
concepto va dirigido mi libro…Porque en suma, el ser nacional no es un ente
metafísico sino la lucha anticolonialista de las masas”.[34]
Define entonces ser nacional como una
comunidad establecida geográfica y económicamente, con un pasado común, con
creencias e instituciones, con representaciones colectivas, en fin, “ser nacional viene a decir cultura nacional.”
[35]
Para Arregui, estas representaciones
colectivas, en las clases sociales que no se hayan vinculadas al imperialismo,
equivale a una posición de defensa frente a las fuerzas internas y externas “que en tanto disposición revolucionaria de
las masas oprimidas se manifiesta como conciencia antimperialista, como voluntad
nacional de destino”[36].
Para comprender los orígenes del ser
nacional, es necesario emprender la tarea del análisis histórico.
Arregui no avala la “leyenda negra” de la colonización española en América, dado que
ésta es producto del vínculo de la oligarquía argentina con el Imperio
Británico, que conlleva paralelamente la negación del indígena. Hernández
Arregui evita caer en nacionalismos reaccionarios, y entiende a lo hispánico
como simbiosis de lo español y lo indígena: “la exigencia de ahondar en la realidad de la América Hispánica,
responde al imperativo de contemplarnos como partes de una comunidad mayor de
cultura. Y en tal orden, el estudio de la historia Iberoamericana, es la
substancia de nuestra formación como argentinos” [37]
De aquí que el nacionalismo que promueve Arregui,
es un nacionalismo latinoamericano. La fragmentación de nuestro territorio
significó el nacimiento de veinte países encadenados a la voluntad imperial,
allí en dónde tendría que haber nacido la Patria Grande.
La labor balcanizadora de los imperios
inglés y norteamericano, contó con la alianza servil de nuestras clases
dominantes, que se arrodillaron ante ellos, enajenándonos económica y
mentalmente a sus designios: “Una especie
de turbación ante la tierra prohíbe toda expresión vernácula que recuerde al
país cercano. Las clases agrarias se incrustan como una anomalía en la cultura
europea” [38]
Con las naciones que ya había adelantado en
sus libros anteriores, Arregui arremete contra las elites del pensamiento: “La oligarquía portuaria, tras la máscara
helada de su conciencia histórica, verá en las provincias interiores, en las
que se mantiene empedernido el sentimiento nacional, no sólo el tropel rojo de
las montoneras con relación al pasado, sino el peligro de una arremetida
histórica del país argentino en el presente. La intelligentzia, por su
subordinación económica a la clase terrateniente., es regida, ella también por
el complejo cultural agropecuario.” [39]
El arte americano
Arregui observó en el arte la expresión del
ser nacional latinoamericano en gestación. El arte representa la manifestación
cultural de una época y de una sociedad en un momento histórico.
Con respecto a la misión social del artista
en los pases periféricos, Arregui sostiene: “el artista revolucionario existe porque las masas están revolucionadas.
No es el arte el que educa, en la primera etapa de la liberación social, a las
masas, sino la crisis de la sociedad burguesa la que crea al artista
revolucionario, que por su parte no hace más que anticiparse individualmente a
la revolución”[40]
Por una Filosofía Nacional
Hernández Arregui, como viene desarrollando
en toda su obra, sostiene que si no ha habido pensadores nacionales, fue porque
se ha mantenido a los pueblos en categorías históricas abstractas, sometidas al
imperialismo y a la oligarquía, razón por la cual no podría haber parido otra
cosa que una filosofía bastarda y dependiente.
Una filosofía autónoma, no es antieuropea
sino pro americana. Las huellas del pensamiento nacional latinoamericano ha
empezado por la literatura, continuado por el revisionismo histórico y ciertos
aspectos de una sociología preocupada por el análisis histórico de la una
realidad social “en fermentación” dentro del continente.
Desde Imperialismo y Cultura, Hernández
Arregui define a la cultura Iberoamericana como una unidad compacta
geopolítica, cultural y lingüísticamente. Y de la comprensión de ese pasado que
aúna emerge la posibilidad de destino común: “En los pueblos anida el porvenir de la América Nuestra. Destino que se
urde todos los días, en los campos de trigo, en las minas, los cañaverales y
gomerales del trópico, acunado por los sones nocturnos de las guitarras y las
melodías fraternales de los pueblos, cuya persistencia anónima a través de los
siglos revela la presencia de una gran nación bajo la constelación cultural de
la América Hispánica. Estos pueblos, inseridos en la “patria grande”,
descuartizada pero no disuelta, han tomado la ruta de la emancipación. Y así se
cumplirá, en toda su dimensión abarcadora la sentencia de Bolívar: “Nuestra
América es la patria de todos” [41]
Nacionalismo y Liberación (1969)
Hernández Arregui continúa trabajando en
este cuarto libro sobre el esquema teórico que viene elaborando desde hace más
de una década. Profundiza el ensamble entre nacionalismo y marxismo para la
liberación nacional, entendiendo que la actividad revolucionaria del pueblo es la única que puede llevarla a
cabo, aunque intervengan en este proceso actores que no provengan específicamente
de la raíz popular, y que se relacionen con otros factores de poder, como
pueden ser la Iglesia, el Ejército o la burguesía nacional.
Arregui se preocupa en distinguir el
nacionalismo reaccionario del nacionalismo revolucionario. Para nuestro autor “el siglo XIX es el siglo
de las nacionalidades”, en tanto Nación es la conformación de un grupo humano
establecido geográfica y jurídicamente bajo una organización estatal, unidos
culturalmente a pesar de la confrontación entre sus clases, lo que condensa la
imagen de una comunidad nacional.
De esta definición se desprende la
distinción con el nacionalismo imperialista que las potencias coloniales
impulsan en los países del tercer mundo. Arregui sentencia: “Hay que rechazar de cuajo toda filosofía
nacionalista nacida en otros ámbitos, en naciones realizadas a costa de la
historia frustrada de otros pueblos. El nacionalismo de masas propio de los
pueblos dependientes, tiene por primerísima tarea, a través de sus ideólogos
nacionales libre de la caparazón mental del coloniaje, el examen de los fundamentos
teóricos y prácticos de esos “nacionalismos” de corteza europea, negándose a
legitimarlos como filosofías nacionales sin raigambre, en el pueblo y la
tierra. De ahí la necesidad de distinguir sin concesiones, la incansable
antítesis entre las metrópolis y las colonias. En primer término (…) el
concepto de nacionalismo a una nación poderosa es en su núcleo vital
inseparable del concepto de opresión de los países débiles (…) El concepto de
nacionalismo en un país atrasado, en cambio es enteramente canjeable por el
concepto vivo de libertad. El nacionalismo es, entonces, lucha por la libertad.”[42]
En este sentido, Hernández Arregui otorga al
revisionismo histórico la tarea descolonizadora de releer el pasado para
refundar la conciencia nacional invadida por las ideas antinacionales de las
oligarquías difundidas por todo el tejido social.
Hernández Arregui repasa las
transformaciones del imperialismo luego de la segunda guerra mundial, y
establece que instrumentos como el Fondo Monetario Internacional son armas de
la potencia norteamericana para intervenir en los procesos de intercambio a
nivel global, así como una falsa imagen de industrialización, disfrazada de
inversión extranjera para el desarrollo.
Arregui argumenta que la verdadera
industrialización se da cuando la planificación de la política industrial
responde a las verdaderas necesidades del país, como una unidad soberana. Para
nuestro autor, es más importante crear mercado interno que alimentar el
externo. Dice: “Los bienes de producción
deben estar subordinados a las necesidades de consumo. O sea de un mercado
interno, que es justamente el soporte de una industria nacional (…) La
exportación de materias primas debe convertirse en producción interna para
alimentar a las masas industriales y rurales (…) El proceso industrial, por
tanto orientado con criterios nacionales, debe desarrollarse en paralelo a las
demás actividades productivas (…) y a un
tiempo, junto a los grandes cambios cualitativos que la industrialización promueve,
la primera meta debe ser la preservación patriótica de las masas productoras”
[43]
Peronismo y Socialismo (1972)
Arregui publica su último libro en medio del
clima efervescente de los años ’70, y lo encuentra, como siempre, en la
trinchera del pueblo.
Hernández Arregui observa la radicalización
de los sectores trabajadores, de las clases medias que se acercan al movimiento
nacional, y también observa al
imperialismo en crisis, y junto con él tanta las instituciones que los
sostuvieron ideológicamente en la política
local.
Por tanto, vislumbra una nueva etapa que se
acerca, y que tiene como condición el triunfo de las revoluciones nacionales.
Manifiesta: “la creación por el
capitalismo de un mercado único, promueve a su vez, condiciones revolucionarias,
también mundiales, que se manifiestan de diversa forma, pero que en definitiva,
anuncian el triunfo del socialismo sobre el capitalismo y en consecuencia, una
nueva organización del mundo y de la vida. El avance de este nuevo orden, se
evidencia en las guerras de liberación de las colonias.”[44]
Arregui se detiene más adelante en la
cuestión acerca de cuál o cuáles son las clases que deben que llevan a cabo los
procesos revolucionarios en un país colonizado. Y argumenta que las clases
revolucionarias son aquellas que bregan por la construcción de un Estado
independiente de los poderes extranjeros. Le cabe a la clase trabajadora, como
fuerza histórica, realizar las tareas nacionales, en tanto, clases opuestas a la alianza
oligarquía-imperialismo.
Dada la situación que vive la Argentina
cuando Arregui publica estas palabras, el escritor le dedica un largo debate a
la cuestión del sindicalismo en la Argentina, y que elementos, que por entonces
se mantienen en las cúpulas sindicales, como Vandor y Alonso, resultan
distorsivos de la función que los sindicatos deben tener en el proceso de
supresión de la dominación oligárquica.
Manifiesta que es la clase obrera peronista
la que debe guiar el movimiento sobre los principios generales de la conducción
de Perón y del partido. Por tanto, es necesario dejar por fuera del movimiento
a aquellos cuadros que no respondan a estos lineamientos, y que obstaculicen la
radicalización ideológica del accionar de las masas.
Decíamos que Arregui entendía al socialismo
como la etapa futura, una vez derrotado el colonialismo en todas sus formas. El
sindicato es, para las clases trabajadoras, el “preámbulo de la libertad”. Éste
permite la cohesión de una conciencia colectiva de la fuerza social que
representa. Mientras el capitalismo entra en crisis más profundas, más profundo
debe ser el accionar revolucionario de las masas trabajadoras.
La transición al socialismo debe realizarse,
escribe Arregui parafraseando a Marx, para recuperar la esencia humana perdida,
para refundar una nueva concepción del hombre y de su actividad creativa: “ al apropiarse de su trabajo y de la
producción, sin intermediarios parásitos, capitalistas, banqueros, usureros,
grandes propietarios de tierras, intelectuales de espinazos curvados,
inversores extranjeros que viven del trabajo de millones de seres aplastados,
clausurados en el horror de la degradación humana y espiritual, la clase
obrera, al tomar conciencia de sí y para sí, no solo es revolucionaria sino
liberadora del hombre, de todos los hombres”[45].
Para concluir, diremos que las palabras y la
pasión política de Hernández Arregui por alcanzar el triunfo de la revolución
nacional, fueron una guía espiritual para las generaciones militantes que le
tocó formar, y a las que le dedicó su vida.
Envar El Kadri, le dedicó estas palabras al gran maestro: “Usted tiene el mérito de ser uno de los
pocos intelectuales que ha sido capaz de sembrar ideas por las cuales valga la
pena morir, o vivir peleando por su aplicación -que es lo mismo-. Y nosotros
hemos leído sus trabajos hace tiempo, cuando superando la adhesión emocional al
peronismo que nos impulsaba a la acción, debimos buscar bases más firmes y
sólidas para seguir luchando". [46]
El mejor homenaje es emprender el viaje de
retorno al corazón de sus ideas, y convertirlas en lucha de los tiempos por
venir.
*Socióloga (UBA). El
texto pertenece a una clase virtual del curso de Filosofía política nacional
dictado en el Instituto GESTAR.
[1] Galasso, Norberto (1986) Juan
José Hernández: del peronismo al socialismo. Buenos Aires: Ediciones del
Pensamiento Nacional.
[2][2] Galasso, Norberto (1986) Hernández
Arregui: del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional:
Buenos Aires. Página 16.
[3] Hernández Arregui participa en este periodo en órganos de prensa
del sabattinismo, Nueva Generación y
Debate, hasta que logra dirigir dos publicaciones cortas en las que plasma
su mirada radical crítica, a saber Doctrina
Radical y La libertad. Ver Carlos Piñeiro Iñiguez (2007) Hernández Arregui Intelectual Peronista.
Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos Aires.
[4] Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: del peronismo al
socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 37
[5]Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui: del peronismo al
socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pag. 48.
[6] Piñeiro Iñiguez, Carlos (2007) Hernández Arregui Intelectual
Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos
Aires. Pág 36
[7] Galasso, Norberto (1986) Hernández
Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional:
Buenos Aires. Pág. 142
[8] Galasso, Norberto (1986) Hernández
Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional:
Buenos Aires. Pág. 144
[9]Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui. Del peronismo al
socialismo. Ediciones del Pensamiento Nacional. Página 163.
[10] Juan José Hernández Arregui en la revista Primera Plana, 9/5/1972.
Citado en, Galasso, Norberto (1986) Hernández Arregui. Del peronismo al socialismo.
Ediciones del Pensamiento Nacional. Página 194.
[11]Piñeiro Iñiguez, Carlos ( 2007) Hernández Arregui Intelectual
Peronista. Siglo XXI: Buenos Aires. Página 99.
[12] Peronismo y liberación, Año 1, N° 1. 1974. Página 5
[13] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo
al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág 223.
[14] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus
Ultra: Buenos Aires. Pág. 32
[15] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus
Ultra: Buenos Aires. Pág 28.
[16]Ibídem. Pág 34.
[17] Ibídem Pág. 171
[18] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus
Ultra: Buenos Aires. Pág. 101
[19] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo
al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. 79
[20] Atahualpa Yupanqui citado en Galasso Norberto (2009) Atahualpa
Yupanqui. El canto de la Patria Profunda. Ediciones del pensamiento nacional:
Buenos Aires.
[21] Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus
Ultra: Buenos Aires. Pág. 277
[22] Ibídem. Pág. 284
[23] Ibídem. Pág. 287.
[24] Ibídem. Pág. 295.
[25] Hernández Arregui, Juan
José (2004) La formación de la conciencia
nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 43
[26] Ibídem Pág. 74
[27] Ibídem Pág. 76
[28] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo
al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 99.
[29] Hernández Arregui, Juan
José (2004) La formación de la conciencia
nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 104
[30] Ibídem Pág. 117
[31] Hernández Arregui, Juan
José (2004) La formación de la conciencia
nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 307
[32] Ibídem Pág. 333
[33] Hernández Arregui, Juan
José (2004) La formación de la conciencia
nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires. Pág. 333
[34] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo
al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 131
[35] Hernández Arregui, Juan
José (1973) ¿Qué es el ser nacional?.
Editorial Plus Ultra: Buenos Aires. Pág 18
[36] Ibídem. Pág 22
[37] Hernández Arregui, Juan
José (1973) ¿Qué es el ser nacional?.
Editorial Plus Ultra: Buenos Aires. Pág 23
[38] Ibídem. Pág 135
[39] Ibídem. Pág 161
[40] Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo
al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires. Pág. 134
[41] Hernández Arregui, Juan
José (1973) ¿Qué es el ser nacional?.
Editorial Plus Ultra: Buenos Aires. Pág 305
[42] Hernández Arregui, Juan
José (2004) Nacionalismo y Liberación.
Editorial Peña Lillo: Buenos Aires. Pág 136
[43] Hernández Arregui, Juan
José (2004) Nacionalismo y Liberación.
Editorial Peña Lillo: Buenos Aires. Pág 260
[44] Hernández Arregui, Juan
José (2004) Peronismo y socialismo.
Editorial Corregidor: Buenos Aires. Pág 30
[45] Hernández Arregui, Juan
José (2004) Peronismo y socialismo.
Editorial Corregidor: Buenos Aires. Pág. 209
[46] Carta
dirigida a Juan José Hernández Arregui por Envar El Kadri, de las FAP -Fuerzas
Armadas Peronistas- 15/01/ 1970.
Bibliografía
· Galasso, Norberto (1986) Juan José Hernández Arregui: Del peronismo al socialismo. Ediciones del pensamiento nacional: Buenos Aires.
· Hernández Arregui, Juan José (1973) ¿Qué es el ser nacional? Editorial Plus Ultra: Buenos Aires
· Hernández Arregui, Juan José (1973). Imperialismo y Cultura. Plus Ultra: Buenos Aires.
· Hernández Arregui, Juan José (2004) La formación de la conciencia nacional. Ediciones Peña Lillo: Buenos Aires.
· Hernández Arregui, Juan José (2004) Nacionalismo y Liberación. Editorial Peña Lillo: Buenos Aires.
· Hernández Arregui, Juan José (2004) Peronismo y socialismo. Editorial Corregidor: Buenos Aires.
· Piñeiro Iñiguez, Carlos (2007) Hernández Arregui Intelectual Peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Siglo XXI: Buenos Aires.
· Recalde, Aritz (2012) Pensamiento Nacional y Cultura. Editorial Nuevos Tiempos: Buenos Aires.
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