Apuntes para una interpretación política de
“Los simuladores”
En 2002 y 2003 apareció en la televisión
argentina una exitosa serie dirigida por Damián Szifrón: Los Simuladores.
Quisiera expresar hoy –siete años después– algunas ideas que esta obra me sugiere
cada vez que repaso alguno de sus capítulos.
Desde mi punto de vista, hay dos aspectos de la
trama que merecen especial atención. Ambos tienen que ver con la actividad que
desarrollan los simuladores. Uno es el qué y otro es el cómo. Es decir, qué tipo
de problemas este grupo de simuladores elige resolver y cómo encara su trabajo,
o sea, de qué manera resuelve esos problemas. La idea de este brevísimo
artículo es que en esos dos aspectos hay implícitas fuertes concepciones
políticas.
Empecemos con el qué. Los simuladores resuelven
“problemas cotidianos”. Sin embargo, no se trata de problemas intrascendentes;
en ellos están involucrados conflictos de clase, arbitrariedades laborales,
dificultades económicas, rupturas afectivas, familiares. En una palabra,
conflictos humanos esenciales.
El grupo tiene bien claro qué papel quiere
desempeñar en la estructura social: nunca acepta un caso que implique ayudar al
poderoso en su intento por dominar a los otros. Al contrario, pondrá en
funcionamiento su maquinaria únicamente al servicio de quien padezca una
necesidad legítima y, en ocasiones, además, de quien se encuentre en una
situación de debilidad.
Tal es el caso del cliente de una empresa de
medicina prepaga que padece una grave enfermedad por la cual aquella no le
cubre el tratamiento por considerarla “preexistente”; de un viejo trabajador de
una importante empresa láctea que es despedido injustamente por un nuevo y
joven gerente; del pobre albañil estafado por un canalla que vende supuestas
participaciones en televisión; de una joven estudiante de sector socioeconómico
bajo que teme ser rechazada al presentar su familia ante la de su novio rico,
entre otros. En todos estos casos, intervienen los simuladores para ayudar a
los necesitados y para reparar injusticias puntuales. Es cierto que cobran
abundantemente por sus servicios –lo cual libra al asunto de un altruismo
dudoso–, pero también es cierto que nunca dejaron de atender un problema por
falta de dinero de su “cliente”. En esos casos, exigían a cambio colaboración
para futuros compromisos y obtenían el dinero por otros medios en el transcurso
del operativo (generalmente era aportado involuntariamente por el responsable
de la injusticia)
Sigamos ahora con el cómo, acaso lo más
interesante. Creo que la forma de trabajar de los simuladores guarda posibles
analogías con el accionar de las organizaciones político-militares de los años
setenta en Argentina.
En primer lugar, el grupo de simuladores opera
desde la clandestinidad. El núcleo de los cuatro se reúne y evalúa el caso.
Allí decide si lo acepta y luego analiza los pasos a seguir, dentro de un plan
general diseñado en el momento. Esto contempla un período de obtención y
análisis de información y una planificación minuciosa sobre los recursos
necesarios para llevar adelante el operativo. Entre las posibilidades técnicas
del grupo, están las de falsificar documentos, intervenir teléfonos, conseguir
armas y uniformes, simular diferentes oficios en los operativos (policías,
jueces, médicos, militares, etc.) y conformar grupos subalternos que tengan a
cargo operaciones de apoyo. Estos últimos se encuentran unidos al grupo central
por lazos de solidaridad, por sentimiento de gratitud al haber sido ayudados en
casos anteriores. Es importante señalar que estas tareas se desarrollar con una
clara división entre los cuatro integrantes del grupo. Existe un claro reparto
de funciones según los talentos individuales. Hay delegación y confianza en el
otro. Entre los miembros circula el afecto.
Al igual que las mencionadas organizaciones de
los setenta, los simuladores se autofinan- cian a través de los mismos
operativos que ejecutan. En ellos, obtienen los recursos que necesitan para
seguir funcionando e incluso para ampliar su estructura.
Los simuladores –a diferencia de la militancia de
los setentano se proponen cambiar el sistema social vigente. Sin embargo,
atacan exactamente sus peores arbitrariedades. Lo cual no deja de tener
relevancia.
Resumiendo, creo que uno de los aspectos más
valiosos de esta serie de ficción es la revalorización que plantea de la
organización y del trabajo en equipo, donde ninguno de los integrantes trata de
sobresalir, o de mostrar que vale más que otro. Todo está puesto en función del
grupo y su objetivo. Cada uno aporta lo que sabe y lo que le corresponde
aportar. Repito: hay delegación de tareas y confianza en el compañero.
Todo esto es una importante lección acerca de
algo que a los argentinos nos está costando demasiado: trabajar organizadamente
en pos de un objetivo común, sobre todo si es un objetivo político. Los
simuladores son el espejo de algo que ahora no abunda entre nosotros: el
trabajo organizado, disciplinado, consciente, solidario; trabajo a partir del
cual se pueden canalizar las energías colectivas al servicio de una causa justa.
Marcelo Ghigliazza
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