Reseña
del libro “Volver a las fuentes. Apuntes para una historia y sociología en
perspectiva nacional”, de Juan Godoy. (Año 2018. Editorial Punto de Encuentro)
“Duele sentirse chiquito/ en la propia tierra
de uno / empujao como vacuno/ a consumir lo importao/ viviendo de lo
emprestao / desorejado y reyuno / andando por los caminos / que
anduvieron mis hermanos / uno se entierra en el guano / hasta más
allá del tilo / desorientado y cansino / anda el corazón del criollo
(…) si uno piensa en argentino / sin otra intención que serlo / creen
que es bicho del infierno / o tiene olor a zorrino.” (“Cuando la vida
me nombra”, José Larralde)
Es cosa
del futuro esto de volver a las fuentes. Porque lo que los argentinos afrontamos
en la actualidad se trata de un proceso de regeneración y de reconquista, de un
nuevo ascenso desde la involución en la que nos hemos precipitado desde el año
1976 a esta parte, cuando hemos sido contemporáneos de una brutal
transformación de la cultura y de nuestras costumbres comandada por la idea de
que todo lo nuevo venido de las usinas de producción cultural del extranjero
por el solo hecho de serlo es mejor, que lo anterior es repudiable y si brota
de las entrañas del país, mucho más. De la primacía de la idea de ruptura frente a la continuidad, montada en la ilusión
de empezar todo de nuevo cortando las raíces que, manda el esnobismo colonial, supuestamente
nos “condicionan.” Y la vida en comunidad es siempre novedad en la continuidad. La interrupción desemboca, lisa y
llanamente, en frustración y muerte. Dice el poeta que cuando muere despacito
la tradición nacional: “duele como una espina /que
se hunde hasta el infinito /cada tranco es un cachito /que se le da
al extranjero /cada entrega es un agujero /que se le hace a la
bandera /y el aire es una tapera /con gusto a nada sincero.”
Y así lo escribe el puño enérgico
de Godoy a través de una paciente indagación de las
fuentes desde las cuales brota la conciencia nacional revelando un principio
activo donde se enuncia y manifiesta la
Argentina, no como invento ni elucubración intelectual sino como análisis
profundo de su esencia y realidad, porque allí en sus entrañas lee el autor los
lineamientos de una epistemología de la periferia que va a sustentar una visión
trascendente de la Patria. El pensamiento nacional, revela,
defiende la existencia soberana del país, exalta la fe en las capacidades colectivas de nuestro
pueblo, ligazón indisoluble de creencia y sacrificio que empujan durante siglos
por el país pendiente. Libro apasionado y valiente: pone nombre a las claudicaciones
y los silenciamientos, invita de la mano de los maestros del pensar en nacional a vislumbrar las
causas ignoradas de nuestros males, demuele falsas idolatrías mitromarxistas
montadas por la feria de vanidades de generaciones intelectuales al servicio
del neocolonialismo que todo lo corrompe y destruye. Se anima a dibujar el
rostro vasallo, la verdad desencarnada de un país subyugado por el extranjero y
sus socios locales, y fundamentalmente, alza la voz de la esperanza para
recobrar, sobre aplazamientos y dolores, el itinerario profético de una
Argentina rescatada por y para los argentinos.
El sueño
de la razón del colonialismo cultural individualista y materialista viene dando
siglos de frutos amargos. Para entender de lo que se trata vasta recorrer las
páginas de este libro, brújula para dar cauce a un proceso que requiere de
cuadros políticos y sociales que permitan reestablecer la comunidad que ordena,
contiene y potencia en medio de la anomia reinante en la que vivimos producto
de la desarticulación y la fragmentación de la comunidad nacional. De la
estafa, el saqueo y la entrega de argentinos sin alma al pirata extranjero. Y Godoy
advierte sin medias tintas: no hay Patria posible sin independencia económica,
sin soberanía política y sin justicia social. Y en ese orden de factores, que
de trocarse siempre alteran el producto, sea con ropajes demoliberales o
desarrollistas. Y dice más: tampoco hay Patria posible sin recuperar nuestra
conciencia histórica y sobradas muestras tenemos de que no reconocer la
identidad del pueblo argentino ligado al destino de Nuestra América es
desgracia para quienes quieran conducirlo con buenas intenciones y es condición
indispensable para quienes se disponen a traicionarlo. Nos une a todas las
naciones iberoamericanas una cultura profunda de raíz cristiana y humanista:
formas diversas, esencias comunes. Los intentos de desviar esta cultura hacia
una expresión materialista y eurocéntrica han fracasado. El desprecio por
nuestra cultura permitió substituir valores comunitarios y emancipadores por
antivalores demoliberales que son los que hoy nos explotan en las manos en las
cifras de desnutrición y hambre, desempleo, endeudamiento, extranjerización del
patrimonio nacional, reprimarización de la economía a la par de la desvinculación
de gran parte de la variopinta dirigencia de un pueblo que quedó a la deriva. A
secas: caldo de cultivo para que el poder real, el imperialismo transnacional
financiero, hiciera y deshiciera a su antojo en nuestro suelo sin quedar
expuesto.
Pero como siempre la esperanza se refugia en el corazón
popular y hay que decirlo: en medio del dolor inmerecido, el pueblo argentino
espera volver a ser convocado, aguarda otra vez hombres justos paridos de sus
propias entrañas que sientan en su misma sintonía, que encontraremos en la
humildad con que se ofrecen estos “apuntes”, un espejo donde mirarnos y
reconocernos en nuestras posibilidades colectivas y en la convocatoria a volver
a las fuentes de la nacionalidad donde esperan por nosotros cientos de
patriotas con nuestra misma fe en procura de encontrar su cauce definitivo. Y seguramente no
faltarán los lenguaraces coloniales que señalen que la propuesta de Godoy
atrasa. Es claro que no puede hacerse un análisis de nuestros clásicos si no los
ponemos en su contexto histórico, pero es más claro aún que lo esencial de sus
planteos y realizaciones sigue vigente, está en el futuro. Significa responsabilidad
de servicio y entrega para la forja de la definitiva independencia de la
Argentina. Y, por último, valen para este libro los
versos que siguen: “y
si a veces digo cosas que abren llagas/que me escupan si no estoy haciendo
patria.”
Iciar Recalde
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