Parasociólogo
no. Pará sociólogo. Acerca de la descolonización pedagógica en Arturo
Jauretche.
Por Juan
Godoy*
“La
instrumentación cultural se encarga que el país se venga zonzo (…) de aquí que
suele suceder que los que andan con libros no entiendan los intereses del país
y sólo los entiendan los que leen alpargatas en lugar de libros. Éstos saben
poco pero llevan la ventaja de no saber lo que enseñan los colonizadores. Y no
saber, cuando saber es tontería, es sabiduría”.[i]
“Los sociólogos
han establecido que yo soy un parasociólogo. Quizás lo soy, pero no por
encontrarme al costado de la sociología, sino porque les digo “pará,
sociólogo”, cuando entra a macanear”.[ii]
Pensar la política nacional del
último siglo (sobre todo del 30 en adelante) sin realizar una profunda lectura
de los pensadores nacionales (en contraposición a los enajenados), como lo
fueran Hernández Arregui, Scalabrini Ortíz, John William Cooke, Arturo Jauretche
y tantos otros, sostenemos es tarea imposible[1].
Pues para que un pueblo se desarrolle como tal es necesario que realice una
lectura de su pasado desde la perspectiva de los oprimidos, de los marginados,
acallados, silenciados, para así poder abordar el presente en la elaboración de
un proyecto común orientado por la utopía. Es necesario escuchar esas voces y
esos silencios que están presentes en nuestro continente latinoamericano, a la
vez que se critica las ideas dominantes (de los sectores dominantes) imperantes
en nuestros países. Es aquí donde consideramos que don Arturo ha cumplido un
papel implacable respecto de éstas, y es en esta faceta de este pensador
nacional donde pondremos el énfasis de nuestro análisis, a saber: en la des/colonización pedagógica.
Citamos a Norberto Galasso en
relación a la vigencia de Arturo Jauretche hoy, dicho autor considera que ésta “se liga, por supuesto a la existencia de
una cuestión nacional irresuelta en la Argentina, circunstancia que otorga
actualidad a quienes, como él, bregaron toda su vida para que dejásemos de ser
una “Argentina colonial” y fuésemos una “Argentina libre”. Pero obedece, además
a la singularidad del pensamiento jauretchiano, nacido en íntima vinculación
con los fenómenos sociales, pletórico de emoción y calidez porque brota de la
vida misma, producto de largos años de ir y venir por los rincones del país
valorando experiencias, observando, registrando, hurgando en las causas, sin
dejarse tentar por supuestos ideológicos o reflexiones abstractas (…)”[iii].
Es de resaltar también la prosa
Jauretchiana (con una fuerte impronta del precursor de FORJA Manuel Ortíz
Pereyra), la cual es incisiva, pareciera escrita con el pulso agitado por las
circunstancias que exigen las luchas nacionales, una escritura profundamente
sentimental, que puede lograrse a su vez porque don Arturo (según nos cuenta
René Orsi) no escribía sino que dictaba[iv],
consiguiendo una escritura que logra anclarse en lo más profundo de quien lo
lee. No es una escritura preocupada por las formas eruditas (pretendiendo
delimitar el público), adquiriendo la
sencillez, que al decir de don Arturo pretende el entendimiento del
pueblo entero. Con respecto a su escritura le comenta a la revista Gente: “creo haber logrado y a esto atribuyo el
éxito de mis libros, hacerme entender (…) he logrado el arte de decir fácil, los
cosas difíciles. Generalmente parece que los escritores se esmeraran en decir
difícil, las cosas fáciles”.[v]
Por último el presente, además de
ahondar en la colonización pedagógica en Jauretche, tiene la intención de
realizar una revisión crítica de los “modelos” dominantes en el “mundo
académico” y específicamente en la sociología. Asume el propósito de incomodar,
de generar debate al interior del “campo social”.
Para comenzar a hablar de des/colonización
pedagógica en Jauretche, es necesario resaltar que dicho autor está basando su
crítica concibiendo que la situación del país se desarrolla como una semi-colonia, en la cual somos
políticamente independientes, y no son necesarias las armas (por momentos
pueden serlas), sino que aquí surge como esencial la colonización pedagógica para asegurar la dominación. Por el contrario en las colonias, la garantía está dada
por las armas, y por la presencia del invasor extranjero, por lo que es
estimulada la creación de una conciencia nacional, a diferencia de lo que
sucede en las primeras[2].
Así Jorge Enea Spilimbergo argumenta que la actitud de Jauretche era “estrictamente consecuente, a partir del
hecho de que la Argentina semi-colonial importaba ideologías (como capitales,
mercancías, medios de producción) todas las cuales se convertían en factores de
dependencia, en cuanto ideologías importadas”[vi]. Con
respecto al mundo colonial, Frantz Fanon
sostiene que es un mundo dividido en
compartimentos, y que la línea divisoria está marcada por ejércitos, cuarteles,
policía, balas, etc. pero los dos mundos no son excluyentes sino que se
superponen, a la vez que “en las colonias
la infraestructura es igualmente superestructura”.[vii]
Jauretche arguye que existe en el
país una intelligentzia (no
inteligencia) que es fruto de la colonización pedagógica, la cual está
conformada por individuos que se autodefinen como intelectuales, se desarrollan
en una superestructura cultural que
se reduce a la determinación de modos y de un instrumental que opera en su
formación y difusión, a la vez que no permite que se transforme en
inteligencia, y forme una cultura nacional, vale decir, una conciencia
nacional. Norberto Galasso sostiene que “cumplido
el rol positivo de alfabetizar, la enseñanza oficial ejerce luego su papel
nefasto para la inteligencia nacional: conformar un pensamiento ajeno a la
realidad del país, enciclopedista y exótico, “civilizado”, para el cual la
Argentina real es solamente “barbarie””[viii].
Dicha intelligentzia identificó
a los valores universales con cultura despreciando toda otra cultura. Así
identificó cultura con civilización, por lo cual se buscó un pensamiento
extraviado, no propio, enajenado, que apuntaba a crear Europa en América. No se
trató enriquecer nuestra cultura con otra sino de suplantarla, de eliminar una e
imponer otra. Pero lo fructífero, creador, en realidad, es asimilar a la
cultura nacional los valores universales, y no introducirlos como absolutos, ya
que pertenecen a otros tiempos y a otras realidades[3]. Según Antonio Canales “imponerle a un hombre que adopte como
propias, costumbres de vida emitidas por los capitales del dinero, o que piense
con las pautas culturales del enemigo, fueron realidades contra las cuales
debió enfrentarse”[ix]. A su vez Jauretche
pone de relevancia la actitud que dicha intelligentzia
tiene respecto del hombre, a saber: “considera
al hombre una entelequia, una abstracción y no un hombre de carne y hueso que
está a nuestro lado (…) sustituyen a ese hombre concreto por una idea: la
humanidad, y para ella son sus amores y sus devociones”.[x]
Nuestro autor nos cuenta con respecto a la superestructura cultural,
que “desentrañando la trama de nuestro
coloniaje económico, que fue primera tarea, descubrimos que él se asentaba
sobre el coloniaje cultural. Descubrimos que ambos coloniajes se apuntalan y
conforman recíprocamente, pero que si el coloniaje económico daba los puntos de
apoyo cultural, éste era, a su vez, la forma de penetración y estabilización de
aquél. ¡La traición de la inteligencia! Esa es la primera en el orden de
culpas. La primera que debíamos evitar”. [xi]
En la superestructura cultural tienen
una fuerte impronta la enseñanza oficial, los diarios, radios y la televisión
(claro que hoy con mucha más presencia). Jauretche sostiene que “nada más engañoso que la prensa llamada independiente”.[xii] Así
calificará a la libertad de prensa como libertad de empresa, libertad de los
dueños de los MM.CC. Esta situación se multiplica en los países dependientes
por la presencia de grandes intereses extranjeros. Ahí está la dictadura
periodística que echa rayos de luz o sombras (incluso sobre el mismo personaje,
como por ejemplo, con Raúl Prebisch) según su conveniencia[4].
Existe toda una “maquinaria académica”
que con sus respectivas citas generan unos “enclaves intelectuales”, los cuales
funcionan como verdaderos guetos de
pensamiento. Hay citas referenciales entre sí, invitaciones mutuas ya sea a
congresos, becas, cátedras, charlas (claro que sin este nombre, sino que con
otros más decorados como simposios u otro más “coqueto”), todo lo cual no tiene
relación con el conocimiento adquirido en tal o cual materia, con el desarrollo
de un pensamiento nacional. Son pilas y pilas de papeles, ríos de tinta que es
de dudar que alguien realmente las lea. Lo importante es figurar, y hacer
figurar, para que luego nos hagan figurar a nosotros también en un “círculo
virtuoso”. Estos enclaves excluyen a cualquier pensamiento que se desenvuelva
fuera de estos “moldes”. A decir de Jauretche (hablando no solo del “mundo
académico) “hay una receta para recorrer
el camino del triunfo literario que es traicionarse a sí mismo, traicionando al
país. Entonces, si se tiene algunas aptitudes técnicas, se llega después a La
Nación de los domingos, de allí a la revista Sur y a los premios literarios,
cátedras, etc. Esto no tiene nada que ver con la literatura comprometida y no
comprometida. El compromiso es el de no comprometerse con la nación real… Para
triunfar hay que comprometerse… a no comprometerse”.[xiii]
Hernández Arregui refuerza el argumento
que venimos desarrollando, al sostener que “quien
debe callar para poder vivir (tal es el caso de la mayoría de los miembros de
la intelligentzia) vivirá desnaturalizando idealmente la realidad. Y así el
intelectual colonizado construirá una Argentina espectral, pues él mismo es el
fetiche deshumanizado de la colonización pedagógica que lo desposee”.[xiv]
Las “izquierda tradicional” con sus órganos y partidos, no escapan a
esta estructura cultural de un país semi-colonial, se desenvuelve como una izquierda abstracta, que no tiene en
cuenta la cuestión nacional, y
termina siendo una derecha concreta.
Pues no tienen otra historia, ni otra literatura que la oligarquía, no le
oponen (no le pueden oponer) un punto de vista nacional. Esta “izquierda” se
enfrenta a la derecha en el plano externo (a veces siquiera, sobre todo cuando
surgen movimientos de corte nacional y popular, calificándolos
-peyorativamente- como populistas). Sino recordemos (por citar uno de los
numerosos ejemplos) la infame diferenciación del Partido Comunista durante la
década del ’70 entre Videla, un General democrático; y Pinochet, un dictador.
La gran división en un país que lucha por la elaboración de una identidad y por
la liberación es entre lo nacional y lo antinacional[xv]. Galasso argumenta al
respecto que “el pensamiento de la clase
dominante, que ésta impone a la mayor parte de la sociedad para resguardar el
orden (…) no encontró en los intelectuales y políticos de la vieja
izquierda-salvo Ugarte- la crítica develadora. Fue Jauretche, en cambio, que
destacó la importancia de esta cuestión, desnudando la función reaccionaria de
la “colonización pedagógica” y dedicando sus mayores esfuerzos a demoler esas
“zonceras” paralizantes”[xvi].
Hay que actuar contra esta cultura, hay que criticarla, hay que
desarrollar una política cultural que no sea ni más ni menos política que la
que se nos impone como cultura. Es similar a lo que sucede en el campo de la
historia que nos imponen una historia (fuertemente cargada de valores, contra
lo que creen o dicen creer algunos “Romeros” y algunas “flores de Romero”) como
la visión científica, objetiva, pero no es más que una visión política de esta.
Así la descolonización pedagógica se halla fuertemente vinculada al
conocimiento de la historia, al revisionismo histórico. Acentuado por la condición
de país dependiente en el que la historia aparece “como un campo de batalla permanente”[xvii].
Según Horacio González con el concepto de colonialismo pedagógico Jauretche “quería señalar un armazón de vasta
complejidad ideológica por el cual se había elaborado una historia nacional
regulada por jerarquías oficiales, la “historia de los vencedores” que dejaba
en la oscuridad un yacimiento sufriente”[xviii],
la cual habría que rescatar para ser nación. De esta forma no hay proyecto
posible sin revisión del pasado, pues existe una falsificación de la historia precisamente para impedir el
desarrollo de una política nacional. El problema aquí no es historiográfico
sino que es político pues “lo que se nos
presenta como historia es una política de la historia”.[xix] Al autodenominarse
HISTORIA (así con mayúsculas) aparece como falsa, pues al arrojarse para sí
misma la “virtud” de ser la historia verdadera, y no una visión parcial sobre
ésta, se desarrolla en el ámbito de aseveraciones taxativas que presentadas de
dicha forma no pueden ser otra cosa que falsas.
Jauretche aboga fuertemente porque el país conozca su propia historia,
tan fuerte como los que quieren que se detenga en el pasado, y argumenta que “los falsificadores no fueron individuos
aislados sino los instrumentos de una sistemática política del conocimiento
histórico desteñida a servir la política de la oligarquía y la dependencia
económica del país”.[xx]
Hay una fuerte impronta en la historia oral, en las vivencias
personales, en esas corrientes profundas que surgen del saber popular, así por
ejemplo recordará, “de memoria y con pantalones cortos”, que el territorio de
Lincoln había sido habitado por los ranqueles, lo cual era “olvidado” por la
educación escolar, y él se había enterado por la tradición oral que persistía
en el pueblo. A su vez que era un personaje de “armas tomar” como se puede ver
en su participación en el levantamiento de Paso de Los Libres, dicha revuelta
radical será luego reflejada en el poema (que prologara Borges, en su primera
edición –sin escatimar halagos, de los que luego se “olvidará”- y luego
Abelardo Ramos). Al tiempo que en el “medio pelo” sostiene la eficacia de
utilizar como correctivo al dato numérico, la experiencia personal, afirmará el
estaño como método de conocimiento.
Así pone de relevancia la relatividad de los números (encima a veces hay un uso
malintencionado para fines político-económicos). En relación a lo que venimos
argumentando Norberto Galasso sostiene que “a
través de un rico entrecruzamiento entre análisis teórico y praxis política,
Jauretche se constituyó en uno de los principales cuestionadores del orden
dependiente. Mientras otros se limitaban a lanzar denuestos contra el
imperialismo, él puso al desnudo diversas expresiones de la opresión semi-colonial,
en lo político, lo económico, lo histórico, lo social y lo cultural.
Implacablemente radiografió vicios y miserias de la enseñanza, la judicatura,
la prensa, las academias, la estructura económica del atraso, etc.”[xxi].
Es menester comenzar a desarrollarse a partir de lo propio, no
desdeñándolo, sino haciéndolo desde el saber popular. Carla Wainsztok sostiene
que la originalidad de Jauretche (como la de otros: Martí, S. Rodriguez, etc.)
implica “un cambio epistemológico que
recupere las voces de aquellos que están al margen de la ciencia”[xxii].
Hay que quitarse el “entripado”, descubrir nuestras zonceras para ser un poco
menos zonzos y sobre todo pensar desde nuestras tierras, desde América Latina,
desde “La Patria Grande”. Por ejemplo nuestro autor sostiene que el concepto de
medio pelo (simplificando, aparentar
un status superior que el que
realmente posee) es variable según la sociedad donde se aplique la categoría.
La construcción además es desde abajo pues “nada
puede construirse desde arriba si no se trabaja en el seno del pueblo”[xxiii].
Galasso argumenta que “su valoración
de los sectores populares como protagonistas de la historia, se corrobora en
planteos de desbordante simpatía por nuestros trabajadores”.[xxiv]
Más que un científico frío que busque la objetividad del dato científico,
confeccione cuadros, y se inunde en números y tubos de ensayo, se requiere
estaño, caminar el pueblo, conocerlo, vivirlo, ser parte de este. Basta de la
tan mentada objetividad, a estas alturas, ¿alguien puede seguir creyendo en
esta?
La colonización pedagógica nos presenta una educación que desprecia el
sentido común, intenta obstaculizarlo, pero claro no hay que perder de vista
que ellos proponen una educación desvinculada del mundo real y en este contexto
es lógico que se tenga al sentido común como el peor de los sentidos.
Jauretche, en cambio, proclama que el sentido común es el buen sentido y todos
lo tenemos pero hay que buscarlo por debajo de la formación cultural a la que
nos tienen acostumbrados desde pequeños. Según Antonio Gramsci hay que buscar
en la memoria histórica del pueblo el
sentido común, que es el mejor de los sentidos, es el (también dirá él) buen sentido[xxv].
Son los sectores considerados “cultos”, “académicos”, los que tienen
más posibilidad de caer en falsedades, pues éstos han sido penetrados por la
colonización pedagógica, “de ahí
(sostienen Galasso y Germán Ibáñez) que
Jauretche dijese que el principal problema es el de aquellos más “civilizados”,
más ligados a la cultura oficial, pues deben “primero desaprender, para luego
aprender la verdad”, mientras que los trabajadores (decimos los sectores
populares en general), por su menor contaminación con la ideología dominante,
son capaces de acercarse más rápidamente al conocimiento de la propia realidad”[xxvi],
la “vara” con la que miden es con la de su propia realidad.
Las zonceras con la que trabaja don Arturo Jauretche, y nos hace un
llamado a liberarnos de ellas son, a saber: “principios
introducidos en nuestra formación intelectual (y en dosis para adultos) con la
apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la
aplicación del buen sentido”[xxvii],
las hay políticas, geográficas, culturales, etc. Así el descubrir las zonceras
aparece como un acto de liberación.
Hay diferentes “planes” que confluyen en una política que se dirige al
impedimento de una política nacional. Entendiendo por esta “una línea política que obliga a pensar y dirigir el destino del país
en vinculación directa con los intereses de las masas populares, la afirmación
de nuestra independencia política en el orden internacional y la aspiración de
una realización económica sin sujeción a intereses imperiales dominantes”[xxviii].
Lo nacional “no significa, en modo alguno
negar lo extranjero, ni sustentar un nacionalismo xenófobo (…) Lo nacional es
lo universal visto por nosotros”[xxix] [5].
Podemos ver como don Arturo emprende
la lucha contra la colonización pedagógica desde diferentes planos: en el cultural, sobre todo en los profetas del
odio y la yapa; desde lo económico,
como lo hiciera en el Plan Prebisch impugnando el análisis de éste acerca de la
situación del país hacia 1955 y una forma de ver la economía del país que es
como ir a comprar al almacén con el manual del almacenero; en lo social, en esos apuntes para una
sociología nacional que denominó el medio pelo en la sociedad Argentina; y en
lo político (y/o geopolítico), puede
verse sobre todo en Ejército y Política[6].
Jauretche, sostiene Darío Alessandro, se dedicó a “destruir lo que llamara colonización pedagógica sin cuya destrucción
consideraba imposible la liberación nacional”.[xxx]
Nuestro autor nos propone pensar
en nacional, desde el centro del planisferio, no como estamos acostumbrados
de abajo y desde un rincón[xxxi]. Girar el
planisferio, es ya liberarse de este prejuicio. Así don Arturo aboga por la
patria grande, en contraposición a las patrias chicas, que surgen de la
desvinculación, desunión de nuestras patrias que habrían estado originalmente
unidas. Solo así, en el camino de la unidad latinoamericana será posible la
liberación.
* Licenciado en
Sociología, Universidad de Buenos Aires
juanestebangodoy@hotmail.com
Noviembre 2010
[1]
No excluimos aquí aportes que puedan surgir de autores de otras latitudes, pero
sí consideramos que su lectura debe hacerse desde nuestra perspectiva, sin
importar acríticamente pensamientos pensados y desarrollados para otras
realidades. John William Cooke dirá que “(…)
lo que hace que una ideología sea foránea, extraña, exótica, antinacional no es
su origen sino su correspondencia con la realidad nacional y sus necesidades”.
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Introducción (Norberto Galasso y Germán Ibáñez).
Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 12-13.
[2]
Jauretche toma esta diferenciación de Jorge Abelardo Ramos.
[3]
Jauretche dirá del viaje que realizara con su mujer Clarita por Europa: “las experiencias que saqué de lo ajeno me
sirven a mí para comprender mejor lo nuestro”. En Galasso, Citado en
Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su
época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires:
Corregidor, página 168. Originalmente en Jauretche, Arturo, La Hipotenusa
3-8-1967. Originalmente en Jauretche, Arturo: El Nacional, 27-9-1958.
[4]
Véase Jauretche, Arturo. (2008). Ejército
y política. Buenos Aires: Corregidor, páginas 109-111. También Jauretche,
Arturo. (2004). Los Profetas del Odio y
la Yapa los profetas. Buenos Aires: Corregidor páginas 157-177.
[5]
Vale resaltar la diferencia de la posición nacional con el nacionalismo, a
saber: en la primera el segundo le es adjetivo; en cambio el nacionalismo opone
a ideologías foráneas otras que también lo son, desvinculan Nación de Pueblo,
se hallan influidos por personajes como Maurras.
[6]
Claro que dichas categorías no son ni excluyentes, ni exhaustivas. La intención
es dar una visión general de la obra de Jauretche en torno a la descolonización
pedagógica.
[i]
Citado en Galasso, Norberto. (2005). Jauretche
y su época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires:
Corregidor, página 407. Originalmente en Jauretche, Arturo, La Hipotenusa
3-8-1967.
[ii]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos
selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 173.
[iii]
Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su
época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires:
Corregidor, página 591.
[iv]
Orsi, René. (1985). Jauretche y Scalabrini
Ortíz. Buenos Aires, Peña Lillo.
[v]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos
selectos. Buenos Aires: Corregidor, páginas 181-182. Originalmente en Revista Gente, 19/11/1970.
[vi]
Spilimbergo, Jorge Enea. (1985). Desmontando
por izquierda. En Parcero Daniel. Cabalgando
con Jauretche (pp. 67-72). Buenos
Aires, Roberto Vega, página 68.
[vii]
Fanon, Frantz. (2007). Los condenados de la tierra. México:
Fondo de Cultura Económica, página 34.
[viii]
Galasso, Norberto. (2003). Jauretche y su
época. De Yrigoyen a Perón, 1901-1955. Tomo I. Buenos Aires: Corregidor,
página 27.
[ix]
Canales, Antonio. (1985). Prólogo. En Orsi, René. (1985). Jauretche y Scalabrini Ortíz. Buenos Aires, Peña Lillo, página 8
[x]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos
selectos. Buenos Aires: Corregidor, páginas 79-80. Originalmente en El 45, 4/4/4961.
[xi]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos
selectos. Buenos Aires: Corregidor, páginas 180. Originalmente en Discurso, 29/6/1942.
[xii]
Jauretche, Arturo. (2004). Los Profetas
del Odio y la Yapa los profetas. Buenos Aires: Corregidor página 159.
[xiii]
Jauretche, Arturo. (2004). Textos selectos.
Buenos Aires: Corregidor, página 71. Originalmente en Mano a Mano entre
nosotros, 1969.
[xiv]
Hernández Arregui, Juan José. (1973). ¿Qué
es el ser nacional? (la conciencia histórica en Iberoamérica). Buenos
Aires: Plus Ultra, página 162.
[xv]
Spilimbergo, Jorge Enea. (1985). Desmontando
por izquierda. En Parcero Daniel. Cabalgando
con Jauretche (pp. 67-72). Buenos
Aires, Roberto Vega.
[xvi]
Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su
época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires:
Corregidor, páginas 592-93.
[xvii]
Verdi, Luis. Prólogo. (1985). En Parcero Daniel. Cabalgando con Jauretche (pp. 11-15). Buenos Aires, Roberto Vega.
[xviii]
González, Horacio. (1999).
Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y
Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue, página
137.
[xix]
Jauretche, Arturo. (2008). Política
nacional y revisionismo histórico. Buenos Aires: Corregidor, página 16.
[xx]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Textos
selectos. Buenos Aires: Corregidor, página 151. Originalmente en Revista Dinamis, 1972.
[xxi]
Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su
época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires:
Corregidor, página 592.
[xxii]
Wainsztok, Carla. (2006). Descolonización
Pedagógica. En Cuadernos para la Emancipación Nº 29, Buenos Aires, Agosto
del 2006.
[xxiii]
Goldar, Ernesto. (1975). Jauretche. Buenos
Aires, editorial del noroeste. Cuaderno Nº 17 de Crisis.
[xxiv]
Galasso, Norberto. (2005). Jauretche y su
época. La revolución inconclusa, 1955-1974. Tomo II. Buenos Aires:
Corregidor, página 200.
[xxv]
Díaz Salazar. (1991). El Proyecto de
Gramsci. Barcelona: Anthropos.
[xxvi]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Introducción
(Norberto Galasso y Germán Ibañez). Textos selectos. Buenos Aires:
Corregidor, página 11.
[xxvii]
Jauretche, Arturo. (2004). Manual de
Zonceras Argentinas. Buenos Aires: Corregidor, página 12.
[xxviii]
Jauretche, Arturo. (1976). Forja y la
década infame. Con un apéndice de manifiestos, declaraciones y textos volantes.
Buenos Aires: Peña Lillo, página 21.
[xxix]
Citado en Jauretche, Arturo. (2004). Introducción
(Norberto Galasso y Germán Ibañez). Textos selectos. Buenos Aires:
Corregidor, página 13.
[xxx]
Alessandro, Darío. (1985). De una
Argentina colonial a una Argentina libre. En Parcero Daniel. Cabalgando con
Jauretche (pp. 45-50). Buenos Aires,
Roberto Vega.
[xxxi]
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