“la mentalidad colonial enseña
a pensar el mundo desde afuera, y no desde adentro. El hombre de nuestra
cultura no ve los fenómenos directamente sino que intenta interpretarlos a
través de su reflexión en un espejo ajeno, a diferencia del hombre común, que
guiado por su propio sentido práctico, ve el hecho y trata de interpretarlo sin
otros elementos que los de su propia realidad”. (Arturo Jauretche)
Las siguientes líneas no pretenden
denigrar el progresismo, sino más bien la intención es comprender a un sector
que es parte del movimiento nacional, y sobre todo problematizarlo en
vinculación a la necesidad de su “nacionalización”. Hecha la aclaración
pertinente, aquí entendemos que la historia y la política de la Argentina, en
tanto su condición de país dependiente,
semi-colonial, se divide básicamente
en dos campos: el nacional y el colonial. Es claro que a lo largo de
nuestra historia el enfrentamiento no ha sido entre izquierda y derecha, sino
más bien el dilema es nación-pueblo contra la oligarquía aliada al imperialismo
de turno.
De esta forma el pensamiento esos campos
establecen esquemas para pensar la realidad que nosotros conocemos como el pensamiento nacional-latinoamericano y
el pensamiento colonial. El primero
busca construir una matríz de reflexión a partir de las características propias
como nación, y a su vez la búsqueda de soluciones propias a las problemáticas
de la patria, a éstas se las enfrenta con un criterio nacional. En este
sentido, Lugones había reclamado “ojos mejores para ver la patria”. No se trata
de cerrarse a “lo extranjero”, sino incorporarlo en tanto su correspondencia
con nuestros problemas. Aquí lo central es la dependencia económica, sobre la
cual se yergue la cultural. Por otro lado, el pensamiento colonial, es el
esquema que planifica y justifica el orden semi-colonial dependiente, es
eurocentrista y apunta a “solucionar” nuestros problemas “copiando y pegando”
ideas y experiencias realizadas en otro tiempo y/u otro lugar, pero no
incorporándolo en lo que nos pueda ser útil, sino haciéndolo como absoluto en
tanto destrucción de lo propio.
Resulta que a lo largo de nuestra
historia hay hechos y/o personajes que cuando se puede son silenciados por el
aparato cultural, y cuando su acción no se puede ocultar son demonizados,
vaciados de contenido o tergiversado su accionar. Por último, vinculado a la
segunda cuestión, cuando existen movimientos muy poderosos en tanto el
cuestionamiento y/o transformación de la realidad, cuando eso es prácticamente
innegable los instrumentos culturales actúan rápidamente de forma de
neutralizarlo.
En relación a esto último es que aparece
el progresismo en relación al peronismo, como una deformación de este
movimiento nacional. En este caso, apunta a instalar en vastos sectores,
mayormente medios y medios-altos, un conjunto de ideas que si bien permiten que
esos sectores se sumen al movimiento nacional, los neutraliza en tanto esas
ideas estrechan lazos con la matriz de pensamiento colonial. Busca destruir y/o
controlar así la posible alianza entre los sectores medios y los populares que
Jorge Enea Spilimbergo llamaba como “alianza
plebeya”.
En este sentido, el progresismo entonces es fruto del pensamiento colonial. Su
esquema de pensamiento a partir del cual analiza la historia y la realidad está
vinculado a esa matríz y no a la nacional que es de la que se nutre, conforma,
reproduce y fortalece el peronismo.
Nos interesa entonces ver algunas
características de estos sectores progresistas. Como decíamos, mayormente están
conformados por los sectores medios y medios-altos, en tanto como establece
Arturo Jauretche éstos son a los que apunta sobre todo la colonización
pedagógica y son al mismo tiempo a los que dicha colonización más logra
penetrar.
Estos sectores suelen tener un
desconocimiento bastante profundo de la historia de nuestra patria, ni qué
hablar de la del Continente. Esto se liga a su conformación cultural, a su
formación. Decíamos están formados en la colonización pedagógica, rompieron con
algunos de sus patrones, pero no con la mayoría. Así, el desconocimiento
histórico actúa como posibilidad de asentamiento de las zonceras coloniales. En
este sentido, Hernández Arregui sostiene que la formación impartida por este
pensamiento colonial es una formación contra nosotros mismos. El pensamiento
colonial enseña a pensar a contrapelo de las necesidades de la patria. Nuestro
gran José Hernández también lo había avizorado en el Martín Fierro cuando
afirma que “es mejor que aprender mucho
el aprender cosas buenas”.
Obsérvese en materia histórica que estos
suelen ser tentados con “el evistismo”, que considera que al fin y al cabo la
que era realmente revolucionaria era la abanderada de los humildes, mientras
que Juan Perón sería una suerte de “milico” conservador, más aún en su tercer
gobierno donde se manifestaría su maniqueísmo ya que pasó de alentar la
revolución a aniquilarla en tanto “volvió” de derecha, se “transformó” en facho
(y la revolución en este caso la encabezaría “la tendencia”). Este “evitismo”
que desde el peronismo de base se lo ha considerado hace ya tiempo como “la
etapa superior del gorilismo”, cala profundo en el progresismo.
En vinculación a esto último aparecen al
menos tres aristas a tener en cuenta: el desconocimiento del peronismo como un
movimiento que llevó a cabo una revolución nacional, y a Perón como el líder
que la realizó. Muchas veces este desconocimiento va de la mano con tomar como
“punto de partida” para el análisis el país como una semi-colonia, con una
cuestión nacional irresuelta. En segundo lugar, el “anti-militarismo abstracto”
que aparece aquí en tanto la idea del “milico” conservador, cuando ya
largamente se ha tratado desde el pensamiento nacional a las fuerzas armadas
como una institución compuesta por hombres que puede cumplir el rol de romper
la dominación o asegurarla (lo mismo vale para la iglesia, el “anti-clericalismo”
abstracto también aparece en el progresismo). En este punto también es
importante entender el rol fundamental de las fuerzas armadas en los países
coloniales y semi-coloniales (quizás el Comandante Chávez, más cercano en el
tiempo, puede servir ara la comprensión), y conocer su origen nacional, popular
y anti-colonialista. En tercer lugar, aparece aquí también la idea que el
enfrentamiento principal en nuestro país es entre izquierda y derecha, y no
entre lo nacional y lo colonial como indicamos al comienzo.
Hernández Arregui decía de los sectores
medios, nosotros podríamos sumar aquí progresistas piensan “siempre en términos absolutos (…) su minúscula situación social le
hace perorar con frases de gigante”, de ahí ese aire de “superioridad”
moral y de pensamiento con respecto a la población argentina que no arribó a
“sus verdades”.
El progresismo es abierto en términos
de libertades individuales, pero no
suele serlo en materia de pensamiento político. No decimos acá en relación al
pensamiento político oligárquico, sino al del amplio movimiento nacional, y sus
adyacencias. Véase, ahora “argumenta” que “no entiende” al electorado, que todo
se reduce a su “ignorancia” y lo “putea”, lo que no pareciera ser la estrategia
política más audaz para la persuasión, y que indefectiblemente lleva a la
cerrazón y a la no posibilidad de construir políticamente. Al mismo tiempo
pretende “construir” a partir de cruzar con la “vara” de la traición a propios
y ajenos, un pensamiento que divide “mancha-pureza”, no da la impresión de ser
una categoría para analizar la política. Incluso podemos decir que es
“falsamente purista”, porque en esa construcción se deja afuera interesadamente
a unos y ubica a otros ya sea en términos temporales o personales.
En este marco, también se hace presente
una idea que el campo nacional no ha tenido, y sí la izquierda abstracta, nos
referimos a la noción (y a veces el sentimiento), que todo empeore para poder
mejorar electoralmente. Cuanto peor, mejor. Es la política de la “panza llena”,
que además de llevar al quietismo, no comprende que el drama de las crisis para
los sectores populares no consiste en no vacacionar o tener que ahorrar, sino
en comer o no hacerlo. Esta idea además lleva al quietismo político, esperar a
que “todo suceda”.
En muchas cuestiones coincide el
pensamiento progresista con el liberalismo. El progresismo es en gran medida
liberal. No observa otra salida para el país que el endeudamiento, aunque más
controlado, que las inversiones extranjeras, el asistencialismo, el destino de
país dependiente agroexportador (piensa que la Argentina no puede construir
industria, que eso “ya fue”), y la no ruptura del orden dependiente. Por poner
algún ejemplo: puede discutir el precio de las facturas de luz y gas pero no
quién lo genera, propiedad de quién es, para qué se utiliza, la necesidad de
poner la energía al servicio del desarrollo, etc. El progresismo no considera
necesario planificar la economía y el país, como sí lo hace lo nacional.
En otra materia que se hace presente el
pensamiento colonial y que también hace mucho daño al movimiento nacional, es
la denigración contra el sindicalismo. Podríamos hoy llamarlo como
“anti-sindicalismo abstracto”, considerando a los representantes de los
trabajadores, ¡Ay, la colonización pedagógica!, como burócratas y cuando no,
ladrones. Desconoce que el peronismo es un movimiento, si bien más amplio,
fundamentalmente de trabajadores organizados: “la columna vertebral”. Se podría
discutir si deben ser la columna vertebral o la cabeza, pero nunca el rol y
lugar primordial de los mismos. Parece que el progresismo mamó del pensamiento
colonial el mismo odio que la oligarquía le tuvo al movimiento obrero
organizado a lo largo de toda nuestra historia.
El progresismo se suma a luchas de
causas lejanas y/o vinculadas a temáticas secundarias, vías de escape a las
nacionales. Así, por ejemplo la desmalvinización se va a hacer patente en
éstos, Malvinas y específicamente la guerra del 82 como una “locura de un
borracho”, y los que lucharon por la Patria como “pobres pibes”, más nunca no
una gesta nacional anti-colonialista y los que defendieron nuestra soberanía
nacional como héroes. Confunde el nacionalismo con nazismo, y el nacionalismo
de los países opresores con el de los oprimidos. Termina pensando que el nacionalismo
está “fuera de moda”.
Asimismo, en esto que “su minúscula situación…”, el
progresismo considera que un tipo negro “es piantavotos”, mientras que un joven
universitario de ojos claros con aires de “canchero” cala más profundo en
nuestro pueblo que aquel. Llevando al mismo tiempo a la pérdida de identidad
ideológica y política.
El progresismo, como no podría ser de
otra forma por estar formado dentro del pensamiento colonial, piensa en
términos de la madre de todas las zonceras “civilización
y barbarie”. Así es eurocentrista, denigra lo nacional, lo auténticamente
nacional. Por lo cual lee a los autores europeos en detrimento de los propios,
los considera “poco serios”, “no científicos”, también gusta leer (y decirlo
también claro, en busca de “distinción”), “Le Monde”, y otros similares. Al fin
y al cabo es lógico, porque como lo aborda Fermín Chávez, el pensamiento
colonial piensa que la cultura es un árbol de dos raíces: la cultura que sería la cultura europea, elitista que da todos buenos frutos; y por otro lado la
nacional, que implica que lo que nazca de la patria profunda es un árbol que no
puede dar buenos frutos. El
pensamiento colonial denigra la conciencia nacional.
Pensamos aquí que el progresismo si
bien puede conformar el movimiento nacional, es más es necesario porque el
peronismo siempre fue un movimiento nacional frentista que apunta a aunar a
todos los sectores que estén en mayor o menor medida enfrentados a la
oligarquía y al imperialismo, de modo de lograr triunfar en “la madre de todas
las batallas”: la ruptura de la dependencia. Por lo tanto, el progresismo debe
estar dentro del movimiento nacional, pero no conducirlo claramente. Porque
como enseña el “Bebe” John William Cooke el peronismo es un movimiento
policlasista pero la ideología es la de los sectores trabajadores.
La revancha clasista de la oligarquía
encabezada por el macrismo se encamina a cuatro años más de gobierno a partir
del 2019 si no actuamos rápidamente, con humildad y patriotismo. Mirar adelante
y no para el costado. Así, resulta imperioso que el peronismo “vuelva a sus
fuentes” para poder reconstruir el movimiento nacional, desplazar a la
oligarquía del poder y volver a conducir los destinos de la patria.
*
Lic. en sociología (UBA). Publicado en Revista Zoom Noviembre 2017.
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