Todo obrero debe saber que su fuerza reside en el
sindicato.
Pero ¿Qué fuerza? En un país colonial el sindicato no
sólo es un organismo defensivo del salario
sino el baluarte político de su clase.
Juan José Hernández
Arregui
La tribuna oligárquica del diario La
Nación menciona horrorizada la movilización multitudinaria de trabajadores del
día 29 de abril: “Ahí están todos juntos
y amuchados, sobreactuando abnegación laboral frente a su clientela y
reivindicando expresamente los actos de Ubaldini (…) El peronismo intoxicó al
paciente y se dedica ahora a organizar linchamientos contra el médico que
intenta reanimarlo (…) Esto no es nuevo: sucede por segunda vez en la historia
reciente. Y los argentinos seguimos siendo sus rehenes; aceptando su léxico,
cultura, cartografías y camelos”. La lección de periodismo conservador
militante la da Jorge Fernández Díaz,
pero sabemos que detrás de él habla una clase, la de los dueños de país que se
les pone la piel de gallina cada vez que el pueblo se manifiesta en las calles.
Un repudio visceral les trepa por la garganta y apuran a gritar “¡¡aluvión zoológico!!” como si se aproximara
un barco pirata a asaltar su preciado botín. El botín, claro está, es la
riqueza producida por todos concentrada en unas pocas manos.
Y un día volvió la “barbarie”. Muy
temprano para algunos, que amanecieron con la muchachada morena instalada en el
centro neurálgico de la ciudad. Casi que habían llegado a pensar que el triunfo
escueto del 22 de noviembre les garantizaba impunidad para empezar desde el
minuto cero a gobernar de espaldas a los trabajadores, de entregar la Patria a
los buitres, de disciplinar el consumo y disminuir el ingreso de los más
humildes.
Como lo califica Fernández Díaz, el
“médico” Mauricio Macri viene a proponer una “cura” de hambre al pueblo argentino. Y enseguida lo que parecía definitivo se
vuelve provisorio frente al gigante que representa el Movimiento Obrero Organizado.
El descontento popular comienza a
canalizarse a través de sus estructuras. El reclamo masivo le recuerda a la
elite gobernante, adicta a la negación
de la política y el conflicto, que no hay cheque en blanco para nadie.
Nos viene bien comenzar este análisis
con las palabras fervorosas de miedo y enojo del diario La Nación. Nos permite
meternos de lleno en una discusión, para nada saldada, acerca del lugar de los
trabajadores organizados al interior de un movimiento nacional.
Hay denominaciones y calificativos
que se repiten dirigidas a los sectores populares y específicamente hacia las
organizaciones obreras que han logrado instalarse en el sentido común de
amplias porciones de la sociedad. Las corporaciones mediáticas y las interpretaciones academicistas de intelectuales acomodados al
establishment difundidas en la escuela y la universidad han tenido mucho que
ver con ello. Fernández Díaz las reúne con espeluznante claridad: La
manifestación obrera como gentuza amuchada, “show” rentado de tipos sin
conciencia que se movilizan por una prebenda, diagnóstico de salud/enfermedad,
donde curiosamente lo saludable es que las mayorías se encuentren expulsadas
del proyecto gobernante y enfermas son su ideología, sus herramientas de
organización y hasta su “cultura”. Las mayorías son puestas por fuera del ser
argentino, ya que entiende que la única ciudadanía
es la de blancos y propietarios que representan una “verdadera” argentinidad.
Toda una exposición del relato vencedor de la clase dominante de estas tierras.
Debates en torno a la
“columna vertebral”.
Perón nos llamó a nosotros, los
trabajadores, “la columna vertebral” del movimiento. Dijo en Modelo Argentino
para el Proyecto Nacional: “En el momento
en que teníamos que rescatar a la sociedad argentina de una concepción liberal,
los trabajadores configuraron la columna vertebral del proceso. En la comunidad
a que aspiramos, la organización de los trabajadores es una condición
imprescindible para la solución auténtica de los problemas argentinos”. (Perón;
2012:109).
El ascenso de Perón al poder urgido
por las masas populares significó que por primera vez en la historia de nuestro
país los sectores trabajadores constituyan una alianza de gobierno como actor
central, en la que no sólo ocuparon espacios institucionales sino que además
fueron los principales beneficiarios de las políticas económicas, sociales y
culturales.
Al interior de un Frente de
Liberación, el papel de la clase trabajadora es fundamental pero no se reduce
sólo a ella. Menciona John William Cooke: “Reducirse
a la clase trabajadora sería asegurar la derrota del Frente de Liberación (…)
los trabajadores del campo, los estudiantes, la pequeña burguesía, parte de la
burguesía industrial no dependiente del imperialismo son parte del Frente de
Liberación. El proletariado (…) será el eje sobre el cuál se apoyaran todas las
fuerzas nacionales, la primera avanzada y el último baluarte de las
reivindicaciones nacionales”. (Cooke; 2011:186).
Desde 1955 se ha aplicado desde la
gestión gubernamental, civil y militar, un repertorio basto de acciones contra
la unidad del movimiento obrero. La persecución, la intervención de las
centrales obreras, el encarcelamiento y la aniquilación física, la
proscripción, la cooptación de líderes son algunos de los métodos de
fragmentación de la clase trabajadora.
Incluso en las décadas de los ’60 y
’70, épocas de profunda efervescencia social el debate en torno a la
“burocracia”, a la relación entre “cúpulas” y “bases”, debate que no se daba en
el plano de una mesa de té con masitas, sino que tuvo una cristalización
violenta, fue consecuencia de las políticas de división de las sectores
populares y trabajadores.
Otro que la tenía clara, Juan José
Hernández Arregui dice en este sentido: “Es
un principio conocido que la unidad del movimiento obrero es el bastión de la
liberación nacional. Es otra verdad que esa unidad es objeto de toda clase de
maniobras con el fin de deshacerla. Es cierto también que hay dirigentes
obreros predispuestos a esa política divisionista. Es igualmente innegable que
dentro del movimiento sindical argentino abundan elementos oportunistas. La
agitación ideológica, dentro del movimiento, indica que ninguna fuerza escapa a
la electrizada atmósfera del país tanto como a los peligros que acechan a la
unidad obrera (…) El movimiento sindical argentino debe cuidarse de convertirse
en instrumento de partidos o factores de poder que no representen sus intereses
de clase y sus objetivos históricos” (Hernández Arregui; 2004; 229).
La última dictadura militar, con su
política de feroz represión hacia los sectores trabajadores tuvo una segunda
etapa de intento de sepultura de las organizaciones obreras en el menemismo que
contó con el sector denominados “gordos” como aliados; dirigentes sindicales
que se pusieron a la cabeza de la entrega de los trabajadores a cambio de
cuantiosos negocios. El desprestigio de la política tuvo su correlato en el
mundo sindical, con conducciones de lógica empresarial.
Por supuesto, hubo importantes
experiencias de resistencia. Se
realizaron 5 paros en condiciones absolutamente adversas en la última
dictadura militar. También hubo oposición del movimiento obrero liderada por
Saúl Ubaldini a la política de ajuste de Alfonsín, que incluía privatizaciones y
pérdida del poder adquisitivo, así como la antesala de leyes de flexibilización
laboral. Más tarde el surgimiento del MTA para enfrentar al gobierno neoliberal
de Carlos Menem, con sus políticas de desocupación, hambre y miseria así como
el nacimiento del movimiento piquetero, conformado por aquellos trabajadores
excluidos del mercado de trabajo.
Los gobiernos kirchneristas
significaron un momento de recomposición para las masas trabajadoras. La vuelta
a un modelo mercadointernista, con apuesta a la industria y a la sanción de leyes de protección de los trabajadores volvió
a poner en el centro de la escena a los sectores populares.
La ruptura del gobierno de Cristina
Fernández con la CGT liderada por Hugo Moyano en el año 2011, y el
fraccionamiento en 5 centrales sindicales del movimiento obrero abrió nuevos
interrogantes que culminaron de la peor manera el 22 de noviembre del año 2015:
la derecha neoliberal volvió al gobierno.
¿Es posible una Movimiento nacional y popular
que no tenga a los trabajadores organizados como eje fundamental liderando el
proceso? Convencidos de nuestra historia, aprendiendo de ella, afirmamos
rotundamente que no.
Por el momento, volvimos a la calle.
El diario La Nación patalea por los sectores concentrados a los que representa.
Un buen síntoma, una larga tarea vuelve a comenzar. Las bases parecen exceder
por mucho los nombres propios de las conducciones a las que no les quedó otra que
protestar.
El año pasado, en campaña, las
paredes de nuestra querida estación Lanús lucían una sabia pintada: “No regalemos la patria a estos chetos vendehumo”.
Felizmente y a pesar del revés electoral, en eso estamos.
* Publicada en Revista "La Yoli". Año 2, Nº 7.
* Publicada en Revista "La Yoli". Año 2, Nº 7.
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