El tipo prolijo, bien trajeado, con facha de “playboy” arroja con
frialdad cínica en un programa de televisión: “Hay que bajar los costos y los salarios son un costo más. (Hay que
lograr) que cada uno esté dispuesto a cobrar lo mínimo que le corresponde por
lo que hace”. Corría el año 1999 y la Argentina se encontraba al borde del
abismo. El ingeniero Macri, entonces presidente del club Boca Juniors, pedía
pista en los medios de comunicación para meterse de lleno en política, que lo
llevaría a convertirse en Diputado Nacional en 2005 y tan solo dos años después
en Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Nada menos que la ciudad más
rica de Latinoamérica.
Como vemos, su prédica del ajuste no fue consecuencia de una supuesta
“pesada herencia” kirchnerista, sino una convicción ideológica, para nada
original, del manual rudimentario de recetas neoliberales.
Ahora bien, nuestro país es un país de profunda conflictividad social.
Contamos con porcentajes altos de politización en las masas populares, que
conforman una ciudadanía activa en la defensa de sus derechos. También es un
país de dolorosas asimetrías. Nuestro desarrollo sociopolítico, como país y
como región, ha tenido un desenvolvimiento trágico en dónde una elite
concentrada ligada a la propiedad de la tierra y a intereses extranjeros se
erigió como clase dominante. Esta oligarquía dirigió los destinos del país con
mano dura hacia adentro, excluyendo a las mayorías y aplastando proyectos
alternativos de país, pero con vasalla sumisión hacia la intromisión de
potencias extranjeras, de la que no supo ser otra cosa que un “gerente” local a
su servicio(o Ceo, como se dice ahora).
Repasando muy brevemente, hasta 1943 era muy escasa la legislación laboral
que protegiera a los trabajadores y trabajadoras. Si bien habían existido
experiencias, como el Código de Trabajo impulsado por Joaquín V. González, bajo
la presidencia de Roca a principios de 1900 (que no se aprobó en el Congreso),
las leyes laborales motorizadas por socialistas y radicales, y la intervención
estatal en materia social llevada a cabo por Hipólito Yrigoyen, es con el ascenso de Juan Perón, primero desde
la Secretaría de Trabajo y Previsión Social y después como presidente de la
República que se producen profundas transformaciones en materia social y
económica, que tiene como eje vertebral los derechos de los trabajadores.
El ingreso del pueblo a la
conquista del gobierno y del Estado que supuso el triunfo del peronismo fue un punto
de inflexión a partir del cual se arrasó
con las estructuras establecidas pero también con las “verdades” impuestas por
la cultura dominante. O sea, a las transformaciones socio económicas
correspondieron transformaciones culturales que rompieron (o intentaron romper
con éxito parcial) con la cultura de la dependencia que orientaba todos sus
aparatos, ya sea educativos como la escuela y las academias o los medios de
comunicación a conformar una mentalidad colonial que impida a la población pensar
la realidad a partir de las propias necesidades. En su lugar, inyectaba el
veneno de la autodenigración, la deformación histórica y la falsedad que
determina que estar “insertos” en el mundo significaba ser la granja de los
países desarrollados impidiendo el propio. Jauretche llamó a estas premisas
ideológicas “Zonceras”, y las sintetizó en un Manual de imperdible lectura.
El precio de querer ser libres
Hemos dicho, a vuelo de pájaro, que el peronismo supuso un hito en
nuestra realización como Pueblo y como Nación. Hemos dicho también que la
cultura dominante de la elite funcionó como cadena y grillete de la dependencia en la mentalidad de la
población.
Los cimientos de un país soberano, con desarrollo científico
tecnológico, legislación socio laboral de avanzada, industria y producción
propia fueron socavados por la fuerza brutal del proyecto colonial. No salió
barata la osadía de ser libres.
Desde el derrocamiento del General Perón en 1955, se ha intentado
desandar esa senda construida por el frente popular. Fusilamientos,
intervenciones, cárcel y la vuelta al esquema agrario, fue en general la línea
seguida por la alianza de la antipatria. Hubo también intentos “desarrollistas”
civiles y militares, con la mordaza puesta al peronismo proscripto y con las
corporaciones transnacionales como motor de ese supuesto desarrollo.
Los cuarenta años que recorren el trayecto de la etapa neoliberal que
van desde la última dictadura militar hasta nuestros días, con la excepción del
periodo kirchnerista, son quizás los de mayor derrota de las clases populares y
del país como Nación Soberana. Una alianza feroz de las corporaciones agrarias
y el capital financiero, hicieron de nuestro aparato productivo industrial, que
supo ser pujante, poco más que un cuerpo raquítico.
Los gobiernos populares de Néstor y Cristina Kirchner retomaron el
camino de la independencia. Con avances y retrocesos, reencauzamos un proyecto
que parecía sepultado en las “fosas comunes” a los que arrojaron a nuestros
mártires.
Así las cosas, no obstante ello, la derecha se reinstaló en el poder y
por los votos. El nombre elegido es “Cambiemos” ¿cambiar qué? ya lo sospechará,
lector. Desarmemos, desmontemos, desguacemos los doce años de programa con
impronta industrial, con avances en materia social y laboral, con una apuesta
clara al desarrollo científico.
Como dijimos al principio, las transformaciones a nivel de estructura
requieren transformaciones al nivel cultural que conformen un clima de ideas,
de pensamiento, de sentir y de obrar que cimenten y articulen las primeras. Para
un esquema dependiente y servil, una política cultural de sumisión y
autodenigración.
Cambiemos se propone
reeditar el viejo modelo del país agrario y la timba financiera. Para ello
necesita romper con la movilización activa de los últimos años, con las
expectativas de la ciudadanía en reclamo de mejoras en su nivel de vida, de
aumentos salariales, beneficios sociales
y de crecimiento en la participación del reparto de la riqueza producida. Por
eso empezamos esta nota con las infortunadas palabras del ahora Presidente.
Lograr que cada uno esté dispuesto a ganar lo mínimo que le corresponde por lo
que hace.
Para finalizar, veamos algunos ejemplos terrenales que salieron en los
medios de comunicación, muy rápidamente, con la sugerencia de observar todos
los días los que van surgiendo. Sí, todos los días, la maquinaria del desprecio
de lo propio no descansa.
Ejemplo Nº1: “El lomo es para los enfermos”. Estas
simpáticas palabras fueron pronunciadas por el representante de la Sociedad
Rural Argentina, Luis Miguel Etchevere, en relación a la eliminación de
retenciones a la exportación de carne, obviamente a precio internacional,
aludiendo que en definitiva lo que se va exportar es carne que “no es del gusto
de los argentinos”, que lo comemos “ cuando estamos enfermos”. Patraña vil para
vender la mejor carne afuera y adentro chupemos huesito de caracú en el
puchero.
Ejemplo Nº2: “Gastar un poco menos de lo que se gana
todos los meses”. Llamamiento patriótico del presidente que en lugar de
intervenir en la conformación de los precios, solicita que consumas menos para
bajar la inflación. Chango vacío mata precio.
Ejemplo Nº3: “Los argentinos tenemos que entender que somos
un país pobre. Vivir de acuerdo a nuestros ingresos”. Esta pieza de
colección del pensamiento colonial fue mencionada por una diputada del Parlasur
por Cambiemos, Lilita Puig de Stubrin. No sé en qué país vivirá la
parlamentaria, o en qué país nos quiere hacer creer que vivimos, por lo pronto
es un país que genera una ganancia de $118.315 millones al año sólo al sector
agropecuario, así que más que pobres, nos empobrecen.
Ejemplo Nº 4: “Vamos hacia un
país agroexportador y de servicios, basta de industria”. Esta sentencia fue
dictaminada por la vicepresidenta Gabriela Michetti. Quizás “Gabi” sea muy feliz viviendo como Laura Ingalls en la
granja de las potencias industrializadas, lo cierto es que sin industria no hay
desarrollo. Todo hay que comprarlo en el exterior. Industria argentina es
trabajo y desarrollo argentino.
La cuestión merece un análisis más profundo, que escapa a las intenciones
de estas palabras. La historia y la política son ariscas para las definiciones
tajantes y las simplificaciones. Menos aún propician lugares fáciles y cómodos
para quienes las estudian y las construyen día a día. Aún así, como decía
Jauretche “si todo es según el color del
cristal con que se mira, conviene saber qué anteojos y anteojeras nos han
puesto”. La resistencia popular que se abre con el ascenso de Cambiemos al
gobierno también implica la resistencia al modelo cultural colonial y
dependiente. Parte de la batalla perdida empezó allí.
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